lunes, 21 de enero de 2013

¡TITINA VIEJA NOMÁS!





Cuento incluido en el libro “FABULARIO” de Eduardo Gudiño Kieffer en 1969.


¡Titina vieja nomás!

Sucede en todos los parques: al atardecer amanecer el miedo.
En las avenidas de Hampton Court, junto al lago de Palermo, entre los tilos de Wilhemshöle, en cualquier rincón del Bois. 

Ustedes lo saben, seguro. Más de una vez se habrán encontrado, quizás sin querer, en un parque a la hora en que los gualdas se transforman en grises y en violetas; cuando los árboles tiemblan y no de frío, cuando los cisnes se ocultan y la algarabía de los gorriones no es precisamente alegre. 



A pesar de la radio a transistores y del silbido que nos sale desafinado, a pesar de nada y a pesar de todo, es imposible evitar esa sensación aquí, justito aquí, en el hueco de la garganta; ese miedo casi físico o del todo físico. 

Y quién sabe por qué, quién sabe cómo. ¿No es cierto, Belgrave? El sol baja y el miedo sube. Ahora que caminás solo te das cuenta.

Es como si te cercaran mil presencias desconocidas, mil Titinas sobrenaturales que pueden surgir del agua, del follaje o de las glorietas, con la roja pollera acampanada y la blusa blanca pero también con un halo de sombre y las cuencas de los ojos vacías.

Esto es, Belgrave: sentate de espaldas a un tronco. Si las sombras avanzan les darás la cara. 



No te pongás así,es sólo un poco de viento, un poco de viento que pulsa los cipreses y las casuarinas. 



También ¿cómo se te ocurrió citar a tu nueva conquista en este parque? Éste era el lugar de Titina. “Titina vieja, nomás!, como solías decirle. 

Está bien, sí, Titina ya no existe, se ha transformado en menos que un recuerdo desde que nos dijiste basta, esto no puede seguir (buscate otro tipo percanta que yo no soy de los giles que se casan porque dejan a una mina de encargue). 

¡Pobre Titina idiota! Hasta dicen por ahí que se murió porque tomó no sé qué cantidad de genioles. 


 
¡Genioles! Los genioles no matan, y por otra parte una con cinco de clase se pega un tiro o se arroja desde un cuarto piso, lo menos. 


 

¿Cierto, Belgrave? Pero la culpa es tuya, pelotas, por engrupir a una empleadita de tienda vulgar y silvestre. 

¡Vos, belgrave, vos que te pareces a Marcelo Mastroini y que nunca pifiás con las mujeres! Cualquiera hubiera sido mejor que Titina, pore supuesto. Acordate de la pituca aquella, la de Iturbe Nosecuantos. 

Y esa otra, reina del girasol o algo así, tan gringuita pero tan mona… 

No, si cualquiera hubiera sido mejor. 

¡Pero cuando vos te entusiasmás!... 

“¡Titina viena, nomás!”, le decías a cada rato porque te gustaban sus ojos y ese hociquito de Bambi en decadencia. 

No era fea… ¡pero tan flaquita! ¡Menos carne que una bicicleta, viejo! 

Y para colmo el barrio y la mamá gorda y vos de novio y ravioles los domingos y ella tan honesta quiero conservarme pura pero no mi alma dame una prueba de tu amor y después las concesiones y en el momento oportuno voy a tener un chico qué hago. 

Vos estuviste espléndido, Belgrave, piolísimo. 

Hiciste bien: casarte por obligación es condenarse y condenar, jodete por sonsa, Titina, yo nunca te hablé de azahares ni de ta tan tatán, la vida hay que vivirla y yo tengo mil posibilidades, titina vieja nomás, ya vas a ver como dentro de un mes ni te acordás de mí, yo no soy para vos, yo soy medio vago y muy bacán, olvidame por tu bien y te beso en la frente. 

Y resulta que a los dos días te enterás de la horrible cosa por los muchachos, jugando al billar. Y hasta ves pasar el entierro de Titina.

¡Ay, Belgrave! ¡Qué cosa fea los entierros! 

¡Y qué cosa fea pensar en entierros cuando uno está en el parque, esperando a una piba más o menos linda y más o menos fácil! 

Vamos, parate y caminá hasta el rosedal. 



¿Qué? ¿Vas a ir por la avenida principal? 

¡Pero si podés acorar camino tomando ese senderito que serpentea entre las acacias, a tu derecha!

¿Tenés miedo? No, ya me parecía que no. 

Claro que hace un poco de frío, aquí nunca da el sol, mirá cuantos helechos y qué oscuro está todo, envuelto en una especie de neblina pegajosa.

Si te levantás el cuello del saco, tal vez…

¡Pero no! ¡Si no hay un alma!

¿Qué es eso? ¿Por qué te detenés, Belgrave?



¿Fue el roce de una roja pollera acampanada? 

Otra vez Titina, Titina escondiéndose detrás de los gruesos troncos, Titina entre los helechos, Titina en la niebla, Titina mi Titina te busco por, no corrás, Belgrave, el rosedal queda para el otro lado y allí te están esperando, te están esperando, te esperarán en vano, Belgrave.



En vano. 

Porque dentro de un minuto, justo cuando enceguecido y corriendo y buscando la seguridad de un café crucés la calle, pasará un gran camión rojo y chau Belgrave; mañana los diarios dirán un luctuoso accidente troncha joven vida etcétera.
Pero a nadie se le ocurrirá agregar un pequeño detalle, un ínfimo detalle: la frase que el camionero feliz ha hecho pintar con letras blancas, entre guirnaldas y firuletes, en el frente de su vehículo. La frase que hace sonreír a veces: “Titina vieja, nomás”.



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