Haroldo Conti
Haroldo Conti nació en Chacabuco, Provincia
de Bs. As, el 25 de mayo de 1925.
Fue secuestrado el 5 de mayo de 1976.
Maestro rural, camionero, pescador,
piloto de aviación civil, profesor de latín, autor de novelas, actor, director
teatral, profesor de filosofía,
guionista de cine.
Fue declarado “agente subversivo” por
las Fuerzas Armadas. En mayo 1976
asaltaron a su casa y lo llevaron preso.
Fue seguramente torturado.
Nunca más apareció.
Sobre su escritorio colgó la frase:
“Hic meus locus pugnare est et hinc
non me removebunt”
(“Este es mi lugar de combate y de
aquí no me moverán”).
Mi recuerdo para Haroldo Conti a quien
conocí personalmente.
EL ÚLTIMO
Un buen día me hice un
vago. Así como lo oyen. No sé cuándo empezó pero aquí me tienen, tumbado a un
costado del camino esperando que pase un camión y me lleve a cualquier parte.
Ustedes deben haber visto un tipo de esos desde la ventanilla de un ómnibus o
del tren. Pues yo soy uno de esos exactamente y puedo asegurarles que me siento
muy a gusto. Cualquiera de ustedes dirían que solamente al último de los
hombres se le puede ocurrir tal cosa. Soy el último de los hombres. También
eso. Lo que posiblemente a nadie se le pase por la cabeza es que alguien pueda
ser feliz justamente siendo el último de los hombres. Ni siquiera a mí mismo se
me hubiera ocurrido hace un tiempo, cuando, dentro de mis alcances, luchaba con
todas mis fuerzas para estar entre los primeros. Pero no es eso lo que quiero
decir, al menos por ahora.
Me preguntaba
sencillamente cuándo empezó. Éste es un hábito que me queda de la otra vida, es
decir, la vida de ustedes porque qué puede importarle a un verdadero vago cómo
y cuándo empezó cualquier cosa. El día que se me quite esta costumbre habré
alcanzado la perfección pero comprenderán ustedes que no puedo proponérmelo
porque, ante todo, un vago no se propone nada, de manera que lo mejor es dejar
así las cosas.
Mezclando un asunto y
otro, lo mismo me pregunté el día que, del brazo de Margarita, mis manoseos en
Parque Lezama, que entonces no tenía esas malditas luces de mercurio que le
alumbran a uno hasta el pensamiento, me encontré frente a un cura. Tal vez la
cosa empezó ahí. No quiero decir que me tomara desprevenido pero de cualquier
forma con el tiempo pareció que había sido así. Entonces me estaba preguntando
cómo y cuándo fue que empezó aquella vida de perro. No es que hubiese dejado de
querer a Margarita.
Supongo que tampoco ella
había dejado de quererme, a su manera. Pero justamente era esa podrida manera
lo que me tenía desconcertado. Bastara que yo dijera blanco para que ella
dijera negro. De saberlo un poco antes yo también habría dicho negro aunque
estoy seguro de que eso tampoco habría servido para nada porque lo más probable
es que entonces ella hubiese dicho blanco. Así era Margarita y no le guardo
rencor.
Quiero que comprendan
esto. No le guardo rencor a Margarita ni a toda esa puta vida, como se dice
vulgarmente y para abreviar. En ese caso no sería un verdadero vago, si bien
tampoco lo soy del todo, aunque por otro motivo, como queda dicho.
¿Me creerán ustedes si
les digo que, a pesar de todo, conservo muy buenos recuerdos de aquel tiempo?
Yo era feliz, también a mi manera, y si aquello terminó es porque no podía
pasar otra cosa. Quiero decir que mis pies apuntaban en una dirección y los de
ella en otra y la tristeza habría sido seguir juntos cuando cada uno tenía su
camino por delante. En cuanto a ella, es posible que a estas horas esté
maldiciendo al tipo aquel que se le cruzó un día en el camino, lo cual es muy
propio de Margarita. Si dejara de hacerlo pues simplemente dejaría de ser
Margarita. Eso es lo que trato de decir. Cada uno es una flecha lanzada en una
dirección y no hay como dejarse llevar para acertar en el blanco, cualquiera
sea.
Hablando con estricta
justicia más bien fue Margarita la que se me cruzó en mi camino y no yo en el
de ella. Sin embargo, estoy dispuesto a reconocer que fue una simple
coincidencia. Por coincidencia tomábamos el 48 a la misma hora, por
coincidencia bajábamos en la misma esquina y, supongo que por coincidencia, un
día me atravesó una de sus piernas entre las mías. En fin, otro día la acompañé
hasta la casa y por coincidencia estaba el viejo en la puerta. Cuando quise
acordarme estaba adentro tomando una copita de anís y hablando de la decadencia
de las costumbres, un tema, como se ve, que puede terminar en cualquier cosa.
En aquel tiempo yo era hincha furioso de Estudiantes de La Plata, cosa que
todavía hoy no me explico. Los domingos iba a la cancha con toda la bosta en el
camioncito de los hermanos Antonelli. La bosta fue lo que dijo Margarita el
primer domingo después de casados que traté de ir a la cancha. Jugaban
Estudiantes y Chacarita, lo recuerdo aunque no viene al caso. Hasta entonces la
bosta habían sido "los muchachos", cariñosamente. Inclusive llegó a
tejerme una bufanda con los colores de Estudiantes. Esto es lo que se dice
astucia femenina pero yo digo simplemente la vida.
Dije adiós a la bosta y
me puse a trabajar como un condenado a trabajos forzados. Soy un tipo optimista
por naturaleza, como ustedes habrán visto, de manera que con el tiempo hasta a
eso le encontré el gusto. Los demás tipos, es decir, la verdadera bosta, gemían
y crujían a mi alrededor. Yo en cambio pateaba alegremente la calle primero
vendiendo seguros de La Agrícola y después caminos, esteras y carpetas de
formio, coco y sisal. Los sábados me la pasaba cambiando los muebles de lugar,
tapando las manchas de humedad y escuchando en todo momento los reproches y
maldiciones de Margarita. Yo no escuchaba las palabras sino simplemente la voz
y por inexplicable que les parezca esto me ponía más bien contento porque
Margarita era algo vivo e intenso que me obligaba a tirar para adelante cuando
los demás hacía tiempo que estaban muertos.
Los domingos íbamos a
comer a lo de los viejos y por la tarde veíamos la tele hasta que se nos
saltaban los ojos. He oído muchas cosas contra la tele pero yo digo que es el
mejor invento de la bosta. Por de pronto era la única manera de callar a
Margarita. Entonces la sentía más viva e intensa, sólo que en otro sentido. Si
no había manera de entendernos el resto de la semana en aquel momento nuestros
cuerpos se acercaban misteriosamente y éramos una sola y misma cosa pendientes
de aquel agujero en la pared. El agujero que digo era la tele, como se
comprende, y convendrán ustedes en que es una imagen bastante feliz. De
cualquier forma, ésa era la impresión. Bastaba con girar la perilla y entonces
se abría aquel boquete en el mísero departamento de la calle México, 5º piso
"C", al lado del ascensor, que no funcionaba la mitad de las veces, y
el mundo se derramaba alegremente por allí.
Ahora que lo pienso, tal
vez la cosa empezó recién entonces. Yo me quitaba los zapatos en la penumbra,
me aflojaba el cinturón y al rato estaba en las islas Marquesas, por ejemplo.
Como dije las Marquesas pude haber dicho Hong Kong o Miami o el fondo del mar.
En un par de horas saltaba de un lado a otro e inclusive de un tiempo a otro.
Randall, Peter Gunn, Kentucky Jones, Maverick y hasta Gorila Maguila me
resultaban tan familiares como mi viejo o mi vieja, por así decir, porque en
realidad nunca entendí a mi vieja y apenas si conocí a mi padre. Hablábamos de
ellos con Margarita como si vivieran en la misma cuadra y algunas veces les
hablaba a ellos mismos, como si pudieran oírme. Opino que son todos unos
grandes tipos, los verdaderos grandes tipos que se necesitan y no esos pelmas
que salen en los diarios todos los días, y sinceramente me felicito de que los
domingos se asomaran por aquel agujero para hacernos ver las cosas tal cual
son.
En cuanto a los avisos,
que para muchos resultan la cosa más estúpida del mundo, nos divertían como
locos. No sé qué sentido tiene pretender que nos echen un discurso con citas de
algún gran tipo para vendemos una pasta de afeitar o un frasco de café
instantáneo. Las cosas hay que tomarlas como son. Eso es lo que siempre he
dicho. Para nosotros, en cambio, aquello fue una verdadera revelación. Yo, por
lo menos, aprendí a apreciar las cosas recién entonces y hoy me parece
perfectamente natural que una lata de tomates le hable a una cacerola a presión
y que un reloj con voz de pito nos avise el momento de tomar tal o cual pastilla
para la digestión.
Quiero decir que las
cosas están llenas de vida, o por lo menos muertas o vivas en la medida que
nosotros estamos muertos o vivos, y que mis zapatos tienen algo que decirme con
sólo que les preste un poco de atención. Que es lo que hago, justamente, cuando
no sé para dónde tirar el primer paso.
A Margarita le gustaba
acompañar los jingles, mientras yo le hacía una especie de contracanto, y por
lo que recuerdo fue la única ocasión en que oí cantar a Margarita. Por lo que a
mí toca, muchas veces pateando la calle con las muestras de aquellas benditas
esteras y carpetas y el mundo que se ponía realmente negro me bastaba con
silbar una de esas musiquitas y el cielo se abría en alguna parte.
En fin, que todo eso
también terminó. Margarita le tomó fastidio a Mike Hammer que, según ella, en
el fondo era un fascista hijo de puta y a mí que se me dio por defender al tipo
como si fuera mi hermano. Total que un día, mientras volaban los tiros de un
lado a otro detrás del agujero, Margarita le zampó la plancha justo en el
medio. El televisor, es decir, el mundo saltó en mil pedazos y al principio
creí que uno de los tiros me había volado la cabeza. Herido como estaba, tomé
lo primero que encontré a mano, creo que uno de esos ceniceros hechos con un
pistón recortado, y se lo tiré a la cabeza con tan buena puntería que cayó al
suelo como si la hubiera tumbado un rayo. Todavía humeaba el televisor y ya
estaban allí los viejos, el administrador y un cabo de policía con cara de
patíbulo que parecía salido de la propia televisión.
Cuando volví de la 2a el
administrador todavía estaba allí, o simplemente estaba de nuevo allí. Es un
detalle. Lo que me interesa señalar es que había llegado la hora de que cada
uno echara a andar para su lado, sólo que en ese momento no me di cuenta. De
todas maneras fue lo que pasó. La vida decide por uno las más de las veces y
todo lo que queda por hacer es preguntarse un tiempo después cómo y cuándo
empezó, lo que sea.
Por esos días, y ésta es
otra señal, quebró el tipo de las esteras y quedé en la calle, lo cual es un
decir porque nunca había salido de ella. Las cosas iban tan mal entonces que en
lugar de amargarme más bien me alegré. Sea lo que fuere que me reservara la
vida nunca iba a ser peor de lo que había sido hasta entonces. Cuando uno
siente deseos de darse la cabeza contra la pared ése es el momento preciso para
las grandes cosas porque uno en realidad está tan limpio y vacío como si
acabara de nacer.
Claro que yo no pensé en
eso. Eché mano de un par de diarios y en una página de los clasificados topé
con el siguiente aviso: "Joven emprendedor con experiencia comercial para
importante negocio". Allí estaba el destino. Me corté el pelo a la
americana, me puse un saco sport con cueritos y al rato estaba golpeando en la
puerta de una oficina en el segundo patio de una especie de gallinero en la
calle Lima y que a primera vista no tenía el aspecto de un negocio ni de otra
cosa importante sino más bien de una pocilga.
Me atendió un tipo
parecido al de "Patrulla de caminos" que sin mirarme siquiera dijo:
"¡Usted es el hombre!" y se puso a hablar sobre el futuro, un futuro
que no sé muy bien a quién correspondía, en todo caso a la humanidad en general
y como tal proporcionalmente a mí también. Cualquier otro se habría dado cuenta
de que el tipo estaba medio chiflado, por no decir del todo.
En realidad eso me
pareció a mí también pero en lugar de largarme como hubiera hecho cualquiera de
ustedes en su sano juicio ya que nada bueno podía salir de allí, en el sentido
de la bosta, me quedé escuchando al tipo tal vez por eso mismo. Quiero decir
que esta clase de chiflados son justamente la sal del mundo sólo que la bosta
se da cuenta demasiado tarde.
El tipo hablaba como un
profeta. Nunca he oído hablar a un profeta, por supuesto, pero me figuro que
deben hacerlo así.
Según me pareció se
trataba de fundar una sociedad nueva a partir de la venta de lotes en
mensualidades. Digo que me pareció porque, como siempre, yo más bien le
prestaba atención al sonido de la voz y al aspecto general del fulano. Tal vez
las cosas que decía no tuvieran mucho sentido pero igual era hermoso oírlas
porque en medio de toda la roña sencillamente había un tipo que creía en algo
distinto de lo que cree el resto de la bosta.
Cuando terminó el discurso
sacó un plano que extendió sobre el piso y comenzó a explicarme el aspecto más
vulgar del asunto. Se trataba de unos lotes en San Vicente con el pomposo
título de Barrio Parque "La Esperanza". Según el tipo aquélla era la
tierra del futuro y estoy seguro de que estaba en lo cierto porque, como decía
mi viejo, si hay algo que tiene futuro es la tierra, cualquiera sea. Solamente
se trata de esperar el tiempo necesario. Lo digo aun de esta tierra en la que
estoy echado y que, por ahora, no es más que polvo y silencio. Día vendrá...
¿Pero para qué hablar del
día que vendrá? Es el estilo que me contagió el tipo. Lo arreglaba todo con el
día que vendrá.
Cuando le pregunté cuánto
me tocaba en todo eso, no del futuro, se entiende, sino de lo que pagarían por
él me echó otro discurso. Yo lo miré a la cara y comprendí en el acto que era
el destino el que me hablaba a través de aquel chiflado. De manera que tomé los
planos, boletas y folletos que me dio y salí a patear la calle como si esta vez
tirara de mí una fuerza desconocida y cada paso que diera de ahora en adelante
fuese a abrir un camino entre la gente.
Al domingo siguiente fuimos
a San Vicente en una "bañadera" que cargamos con los candidatos que
habíamos juntado entre Requena y yo. Requena se llamaba el tipo. La mitad de
los candidatos iban porque no tenían nada que hacer y seguramente habrían ido
al mismo culo del mundo con tal de viajar de arriba. Antes de partir, desde la
plaza Congreso, Requena enarboló una especie de estandarte e improvisó un breve
discurso sobre el futuro, el día que vendrá y todas esas cosas. Los tipos
quedaron desconcertados y uno preguntó si detrás de eso no estaban los
comunistas. De cualquier forma subieron a la "bañadera", Requena
colgó el estandarte de un costado y zarpamos alegremente hacia esa tierra de
promisión.
Aquello era un desierto.
Me refiero a los terrenos. Sólo faltaba un par de camellos y no me hubiera
sorprendido que aparecieran en cualquier momento. La mitad de los tipos ni
siquiera quiso bajar a cambiar el agua. Yo vi tan pronto como los otros que era
un verdadero desierto y que lo seguiría siendo aún por mucho tiempo pero el sur
me tiró siempre y la tierra pelada y vacía me llena de ansiedad, aunque no está
bien dicho ansiedad, ni entusiasmo, ni ninguna otra cosa de las que ustedes
dicen en tales casos.
Es algo distinto. Yo sé
que entre ustedes hay muchos que esperan el día, que quisieran sacudirle un
puntapié a la vieja o al jefe o al primer botón que se les cruce en el camino y
por eso me permito un consejo. No hagan nada de eso. No lo van a hacer de todas
maneras. Vengan y miren la tierra vacía, así como la veo yo ahora, y tal vez
las cosas les dejen de dar vueltas dentro de la cabeza y echen a andar por su
camino.
En ese sentido Requena
tenía razón. Aquélla era la tierra del futuro, por lo menos para mí. De manera
que eché a andar detrás del estandarte sin importarme un pito los tipos que
quedaban en la "bañadera". No tenían ni ojos, ni oídos.
Requena plantó el
estandarte en medio del campo y se puso a hablar. El viento traía y llevaba su
voz y al rato nos pareció que hablaba la misma tierra. Así era aquel tipo. Yo
sé que estaba solo y que en el fondo le importaba muy poco de nosotros porque sencillamente
no necesitaba de nosotros ni de nadie y veía con claridad dónde ponía los pies.
Mientras hablaba empezamos a ver que brotaban de la tierra casas, torres,
fábricas, negocios, una estación del Roca, un supermercado, dos escuelas,
cuatro edificios en torre y un lago artificial.
Cuando terminó, los tipos
siguieron haciendo cálculos y suposiciones por su cuenta y al rato había una
usina, un cuartel, dos hospitales, un matadero, un frigorífico, un canal de
televisión, un monumento a San Martín y por lo menos cuatro Bancos. Vendimos 15
lotes en total. Tres mil quinientos en la mano y 24 cuotas de mil. En los meses
que siguieron vendimos otros 30 pero llegó el invierno y con las primeras
lluvias un arroyito de esos que nunca faltan se salió de madre y de la noche a
la mañana el desierto se transformó en un lago, casi en un mar interior. La
policía tuvo que sacar en un bote a un tipo que había levantado una casilla.
De la calle Lima nos
mudamos a la calle Piedras. De Piedras a Bolívar. De Bolívar a Golfarini, que
en realidad es una calle que no existe. Su verdadero nombre es Giuffra pero
todo el mundo la conoce por Golfarini. Para Requena era una cosa u otra según
los casos. Golfarini cuando tenía que cobrar y Giuffra en todos los demás. Les
digo, de paso, que si quieren conocer una calle de la vida vayan alguna vez por
ahí.
A todo esto yo apenas si
pisaba el departamento de México. Estaba todo el día en la calle o en uno de
esos desiertos que loteaba Requena, marcando calles o clavando banderitas o
plantando un letrero y atendiendo al mismo tiempo a los tipos. Era una vida
vagabunda. Sólo que yo no era un vago propiamente dicho sino como un tipo
perdido, hasta que tomara la medida justa de la tierra. Dormía en cualquier
parte y comía salteado. Eso puede desmoralizar a cualquiera, para mí, en
cambio, fue un gran aprendizaje. Uno duerme y come más de la cuenta.
No me voy a poner en
moralista ahora. Precisamente estoy echado sobre la tierra hace un par de horas
sin hacer nada, como no sea pensar en esto que les digo. Además aunque no
estuviera tirado aquí tampoco haría nada. En el sentido de la bosta, se
entiende. De manera que soy el menos indicado para echarles un sermón, aparte
de que me importa un queso. Pero quiero poner las cosas en su lugar. Hay que dejar
que el cuerpo se maneje solo y no estarle todo el día encima. En ese caso se
vuelve un estorbo y nos planta cuando todavía nos quedan un par de cosas por
hacer. Eso fue lo que aprendí entonces. Cuando menos atención le prestaba más
liviano y alegre se volvía. Es justo el cuerpo que necesita un vago.
Las pocas veces que
aparecía por mi casa (para llamarla de algún modo) entraba o salía el
administrador. Sigue siendo un detalle. Margarita había dado vuelta el
televisor contra la pared y no se habló más del asunto. En realidad tampoco
hablábamos de otra cosa. No parecía guardarme rencor sino que se mostraba más
bien solícita. Tal vez yo hubiera preferido que me regañara porque así me
resultaba casi una desconocida, pero no tiene importancia. Cenamos una vez en
casa del administrador y otra el tipo cenó en la nuestra. Ambos se interesaron
juiciosamente en mi nueva vida y, supongo que por casualidad, también ellos
hablaron del futuro. A cada rato nos mirábamos y sonreíamos. Dimos vuelta el
asunto de todos lados pero la verdad que no daba para mucho.
Lo de Requena tenía que
terminar tarde o temprano, si es que iba a seguir mi camino. Fue por la venta
de unos lotes en Garín. Trescientos veinte fabulosos lotes, 2a serie, barrio
Los Tilos, sobre ruta pavimentada, 3 cuotas de anticipo y posesión 3 cuotas
más. Los tilos brillaban por su ausencia y la ruta pavimentada era sólo un
proyecto del año 34, pero de cualquier forma los lotes eran muy buenos. En una
sola tarde vendimos 54 lotes. Yo mismo compré uno de tan entusiasmado que
estaba con lo que decía. Y eso fue lo que me salvó. Los lotes eran buenos, como
dije, pero resulta que ya habían sido vendidos en un loteo anterior. Cuando
cayó la taquería estaba solo en la oficina y me salvé por un pelo porque,
perdido por perdido, les mostré la boleta y les dije que era uno de los
candidatos.
No sé qué se habrá hecho
de Requena pero donde quiera que esté allá va la vida. Era un gran tipo, a
pesar de todo, y estaba vivo de la cabeza a los pies. Al principio, después que
me largué solo, si alguna vez me sentía descorazonado pensaba en Requena y las
cosas volvían a sonreír. Yo sé que debe estar en alguna parte sobre esta misma
tierra hablando sobre el futuro y el día que vendrá y espero toparme con él un
día de éstos, en la primera vuelta del camino.
Había llegado mi momento.
Con la poca plata que pude arañar en los bolsillos me compré una bicicleta de
paseo. Ustedes se preguntarán qué tiene que ver en esto una bicicleta. Si quería
largarme todo lo que debía hacer era tomar el primer camino que se me pusiera
por delante.
Tienen razón. Sin embargo
todavía estaba lleno de dudas y vacilaciones, es decir, en el fondo aún tomaba
en cuenta a la bosta. De manera que me compré una bicicleta, como digo, le
reforcé el cuadro, le alargué el portaequipaje, me conseguí un equipo de
boyscout, me saqué una foto e hice imprimir un centenar de hojas en las cuales
anunciaba mis propósitos, daba una serie de detalles sobre la bicicleta, fijaba
metas y objetivos, recomendaba el uso de gomas Pirelli, por lo cual me habían
pagado unos pesos, y terminaba con un par de consejos que saqué de un libro
titulado La mansedumbre de las flores que me había regalado Margarita cuando
andábamos de novios, seguramente para impresionarme.
Cuando estuve listo le anuncié
mis proyectos a Margarita para ver la cara que ponía.
Contra lo que esperaba,
le pareció la mejor idea que había tenido en toda mi vida. Entre ella y el
administrador me ayudaron a terminar lo que faltaba, me proveyeron de vituallas
y dinero, me sugirieron rutas prolongadas y desconocidas y, por fin, una
neblinosa mañana de abril me despidieron junto con un grupito de curiosos que
se había reunido en la vereda. Di una vuelta a la manzana seguido por un par de
chicos y cuando pasé frente a la casa Margarita ya había desaparecido. Levanté
una mano de cualquier forma y dije adiós a aquella vida.
No voy a contarles los
pormenores del viaje pero, en general, la pasé bien y todavía le estaría dando
a los pedales si no fuese que estaba hecho para otra cosa. Es necesario que
entiendan esto. Tengo en un gran concepto a los andarines, exploradores,
raidistas y demás gente por el estilo, pero un vago es otra cosa. No establezco
comparaciones. Son algo distinto, simplemente. Desde afuera parece todo lo
contrario. Por eso comencé yo en esa forma, porque veía las cosas desde afuera.
Por un tiempo me encontré
a gusto con aquella vida. La gente me trataba bien. No me tomaba muy en serio
pero estoy seguro de que más de uno habría cambiado su maldita jaula por mi bicicleta
Alpina. A ése le digo que todavía está a tiempo.
Allá iba yo silbando y
pedaleando y el mundo tiraba de mí alegremente. Hasta que un día la verdad me
golpeó en la cabeza, así de rápido y simple. Y fue el día que vi un verdadero
vago tumbado al costado del camino. Estaba echado así como yo en este momento y
aunque seguramente era la única persona que veía en mucho tiempo no se le movió
un pelo cuando pasé junto a él arrastrando una nube de polvo. Sin embargo me
bastó mirarlo a los ojos y comprendí en el acto. Yo iba de un punto a otro, él
sencillamente estaba tumbado en el centro del mundo. Quiero decir que para mí
las cosas se resolvían en distancias, estaban más o menos lejos y yo más o
menos cerca, pero por mucho que me moviera no iban a cambiar demasiado.
No pretendo que me
comprendan, pero con sólo que hagan un esfuerzo sabrán lo que digo. Algunos,
por supuesto. Los que todavía están vivos pero con el agua al cuello.
Vendí la bicicleta en el
primer pueblo que me salió al paso y volví al camino nada más que con lo que
tenía puesto. Desde ahí arranca mi verdadera historia porque en cierta forma
acababa de nacer. No les voy a contar esa historia porque sólo tiene sentido
para un vago.
Veo una nube de polvo en
la punta del camino. Debe ser un camión.
Solamente les digo esto.
No tengo nada, de manera que tampoco tengo de qué preocuparme, lo poco que
recuerdo, en los términos de ustedes, lo recuerdo como si fuera de otro y si
miro para adelante pues sencillamente no espero nada, lo cual es la mejor
manera de estar preparado para lo que sea. Debiera explicar lo que entiendo por
estar preparado porque es un término más bien de ustedes pero no vale la pena y
además el camión está cerca.
Es un camión,
efectivamente.
Mi cuerpo se pone de pie
liviano y contento. Es la ventaja que les decía. Eso me tiene constantemente de
buen humor o a lo sumo de un humor melancólico, lo cual me ayuda a pensar en
todas estas cosas que me enseña el camino. Estoy limpio y vacío en medio de él,
de manera que siento la tierra como nadie podría hacerlo en este momento,
excepto otro vago.
El tipo me debe haber
visto y tal vez se alegre porque viene solo. Extiendo mi admiración por los
raidistas a los camioneros también. Por lo menos cuando están en el camino se
parecen más a nosotros que a ustedes. Lo digo sin rencor.
No sé a dónde me llevará
ese camión ni qué será de mí el día de mañana. La verdad que el día de mañana
no existe para mí y creo que por eso me siento vivo.
Levanto la mano y el
camión se detiene.
Hace un rato era una
mancha borrosa al extremo del camino. Sé que en este punto mi vida se cruza con
la del tipo que trae encima y que a partir de ahora me nace otra vida, por así
decir. Sé también que como estoy limpio y vacío le sacaré todo el gusto
posible.
Así una vez y otra vez.
El tipo abre la puerta y
agita una mano.
¡Allá voy, donde sea!
Calle Doctor (abogado y político radical) José Modesto Giuffra cita en San Telmo, CABA, Argentina.