James Baldwin
(Nueva York, 1924 - París, 1987)
UNA LECCIÓN DE HUMILDAD
Cierto día el Califa Harun Alraschid organizó un
gran banquete en el salón principal de palacio.
Las paredes y el cielo raso brillaban por el oro y
las piedras preciosas con las que estaban adornados. Y la gran mesa estaba
decorada con exóticas plantas y flores Allí estaban los hombres más nobles de
toda Persia y Arabia. También estaban presentes como invitados muchos hombres
sabios, poetas y músicos.
Después de un buen tiempo de transcurrida la
fiesta, el califa se dirigió al poeta y le dijo:
—Oh, príncipe hacedor de hermosos poemas,
muéstranos tu habilidad, describe en versos este alegre y glorioso banquete.
El poeta se puso de pie y empezó con estas
palabras:
—¡Salud! Oh, califa, y gozad bajo el abrigo de
vuestro extraordinario palacio.
—Buena introducción —dijo Alraschid—. Pero
permítenos escuchar más de vuestro discurso. El poeta prosiguió:
—Y que en cada nuevo amanecer te llegue también
una nueva alegría. Que cada atardecer veas que todos tus deseos fueron
realizados.
—¡Bien, bien! Sigue pues con tu poema.
El poeta se inclinó ligeramente en señal de
agradecimiento por tan deferentes palabras del califa y prosiguió:
—¡Pero cuando la hora de la muerte llegue, oh mi
califa, entonces, aprenderéis que todas las delicias de la vida no fueron más
que efímeros momentos, como una puesta de sol.
Los ojos del califa se llenaron de lágrimas, y la
emoción ahogó sus palabras. Cubrió su rostro con las manos y empezó a sollozar.
Luego uno de los oficiales que estaba sentado
cerca del poeta, alzó la voz:
—¡Alto! El califa quiso que lo alegraran con cosas
placenteras, y vos le estáis llenando la cabeza con cosas muy tristes.
—Dejad al poeta solo —dijo Raschid—. El ha sido
capaz de ver la ceguera que hay en mí y trata de hacer que yo abra los ojos.
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