León Tolstoi
León Tolstoi
Fue un escritor ruso ampliamente considerado como uno de los
más grandes escritores de occidente y de la literatura mundial.
Sus ideas sobre la “no violencia activa”, tuvieron un
profundo impacto en gente como Gandhi y Martin Luther King.
Quedó huérfano muy joven y pasó a vivir luego con dos tías.
En 1843 ingresó en la Facultad de letras de la Universidad de Kazán pero
terminó por abandonar la carrera para cursar Derecho.
En sus años de universidad obtuvo buenos resultados,
probablemente gracias a que sus examinadores atendieran al alto rango de su
familia ya que el joven Tolstoi se entregaba con mucha facilidad a la ociosidad.
Se traslada a Moscú con intención de buscar un empleo o un
casamiento conveniente.
En aquel período de indecisiones, acosado de deudas
contraídas en el juego se declara la guerra con Turquía cuando el hermano de
Tolstoi, teniente de artillería, lo anima a ir con él al Cáucaso, en el Valle
de Térek, de lo que Tolstói se desilusiona y se arrepiente de su viaje.
Para él tuvo una doble consecuencia, por un lado, fue cuando
descubrió la propia temeridad y desprecio de la muerte y, por otro lado, fue
donde tuvo la oportunidad de conocer un paisaje impresionante que guardará para
siempre en su memoria.
Durante algún tiempo viajó por Francia, Alemania y Suiza, y
de allí se trajo las revolucionarias ideas pedagógicas que le moverían a abrir
una escuela para pobres y fundar un periódico sobre temas didácticos al que
puso por nombre Yasnaia Poliana.
La enseñanza en su institución era completamente gratuita,
los alumnos podían entrar y salir de clase a su antojo y jamás, por ningún
motivo, se procedía al más mínimo castigo.
La escuela estaba ubicada en una casa próxima a la que
habitaba Tolstoi y la base de la enseñanza era el Antiguo Testamento.
Pero esto hizo que la ira del gobierno despertara, ya que su
reivindicación de la libertad de palabra para todos junto a los ataques del
escritor contra la censura, hizo que la escuela se cerrara.
Era uno de los primeros reveses de su proyecto reformador y
uno de los primeros encontronazos con las fuerzas vivas de Rusia.
Sus discrepancias con la Iglesia Ortodoxa también se
hicieron notorias al negar abiertamente su parafernalia litúrgica, denunciar la
inútil profusión de iconos, los enrarecidos ambientes con olor a incienso y la
hipocresía y superficialidad de los popes.
A pesar de ser persona acostumbrada a meditar sobre la
muerte, el trágico fallecimiento de su hermano Nicolás, acaecido el 20 de
septiembre de 1860, le produjo una extraordinaria conmoción.
Guerra y Paz, considerada una de las novelas más importantes
de la historia de la literatura universal, que trata, desde una visión épica,
la sociedad rusa entre 1805 y 1815, justo antes de la invasión napoleónica.
A los 82 años, y cada vez más atormentado por la disparidad
entre sus criterios morales y su riqueza material, y por las continuas disputas
con su mujer, que se oponía a deshacerse de sus posesiones, el 10 de noviembre
de 1910, con un pequeño baúl en el que metió su ropa blanca y unos pocos
libros, Tolstoi, acompañado por su médico y la menor de sus hijas, se marcha de
casa a escondidas en medio de la noche.
Durante algunos días nada se supo de los fugitivos, pero el
día 14, Tolstoi fue víctima de un grave ataque pulmonar que lo obligó a
detenerse y a buscar refugio, donde fallecería a los pocos días.
Un cuento de León Tolstoi
¿CUÁNTA TIERRA NECESITA UN HOMBRE?
Érase una vez un campesino llamado Pajom, que había
trabajado dura y honestamente para su familia, pero que no tenía tierras
propias, así que siempre permanecía en la pobreza.
"Ocupados como estamos desde la niñez trabajando la
madre tierra —pensaba a menudo— los campesinos siempre debemos morir como
vivimos, sin nada propio. Las cosas serían diferentes si tuviéramos nuestra
propia tierra."
Ahora bien, cerca de la aldea de Pajom vivía una dama, una
pequeña terrateniente, que poseía una finca de ciento cincuenta hectáreas.
Un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a
vender sus tierras.
Pajom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas
y que la dama había consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año
por la otra mitad.
"Qué te parece —pensó Pajom— Esa tierra se vende, y yo
no obtendré nada."
Así que decidió hablar con su esposa.
—Otras personas están comprando, y nosotros también debemos
comprar unas diez hectáreas. La vida se vuelve imposible sin poseer tierras
propias.
Se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar.
Tenían ahorrados cien rublos.
Vendieron un potrillo y la mitad de sus abejas; contrataron
a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos sobre la paga.
Pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la
mitad del dinero de la compra.
Después de eso, Pajom escogió una parcela de veinte
hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la compra.
Así que ahora Pajom tenía su propia tierra.
Pidió semilla prestada, y la sembró, y obtuvo una buena
cosecha.
Al cabo de un año había logrado saldar sus deudas con la
dama y su cuñado.
Así se convirtió en terrateniente, y talaba sus propios
árboles, y alimentaba su ganado en sus propios pastos.
Cuando salía a arar los campos, o a mirar sus mieses (mies:
cereal maduro) o sus prados, el corazón se le llenaba de alegría.
La hierba que crecía allí y las flores que florecían allí le
parecían diferentes de las de otras partes.
Antes, cuando cruzaba esa tierra, le parecía igual a
cualquier otra, pero ahora le parecía muy distinta.
Un día Pajom estaba sentado en su casa cuando un viajero se
detuvo ante su casa.
Pajom le preguntó de dónde venía, y el forastero respondió
que venía de allende el Volga, donde había estado trabajando.
Una palabra llevó a la otra, y el hombre comentó que había
muchas tierras en venta por allá, y que muchos estaban viajando para
comprarlas.
Las tierras eran tan fértiles, aseguró, que el centeno era
alto como un caballo, y tan tupido que cinco cortes de guadaña formaban una gavilla.
Comentó que un campesino había trabajado sólo con sus manos,
y ahora tenía seis caballos y dos vacas.
El corazón de Pajom se colmó de anhelo.
"¿Por qué he de sufrir en este agujero —pensó— si se
vive tan bien en otras partes? Venderé mi tierra y mi finca, y con el dinero
comenzaré allá de nuevo y tendré todo nuevo".
Pajom vendió su tierra, su casa y su ganado, con buenas
ganancias, y se mudó con su familia a su nueva propiedad.
Todo lo que había dicho el campesino era cierto, y Pajom
estaba en mucha mejor posición que antes.
Compró muchas tierras arables y pasturas, y pudo tener las
cabezas de ganado que deseaba.
Al principio, en el ajetreo de la mudanza y la construcción,
Pajom se sentía complacido, pero cuando se habituó comenzó a pensar que tampoco
aquí estaba satisfecho.
Quería sembrar más trigo, pero no tenía tierras suficientes
para ello, así que arrendó más tierras por tres años.
Fueron buenas temporadas y hubo buenas cosechas, así que Pajom
ahorró dinero.
Podría haber seguido viviendo cómodamente, pero se cansó de
arrendar tierras ajenas todos los años, y de sufrir privaciones para ahorrar el
dinero.
"Si todas estas tierras fueran mías —pensó—, sería
independiente y no sufriría estas incomodidades."
Un día un vendedor de bienes raíces que pasaba le comentó
que acababa de regresar de la lejana tierra de los baskires, donde había
comprado seiscientas hectáreas por sólo mil rublos.
—Sólo debes hacerte amigo de los jefes —dijo— Yo regalé como
cien rublos en vestidos y alfombras, además de una caja de té, y di vino a
quienes lo bebían, y obtuve la tierra por una bicoca.
"Vaya —pensó Pajom—, allá puedo tener diez veces más
tierras de las que poseo. Debo probar suerte."
Pajom encomendó a su familia el cuidado de la finca y
emprendió el viaje, llevando consigo a su criado.
Pararon en una ciudad y compraron una caja de té, vino y
otros regalos, como el vendedor les había aconsejado.
Continuaron viaje hasta recorrer más de quinientos
kilómetros, y el séptimo día llegaron a un lugar donde los baskires habían
instalado sus tiendas.
En cuanto vieron a Pajom, salieron de las tiendas y se
reunieron en torno al visitante.
Le dieron té y kumis (una especie de yogurt natural que
tiene un bajo contenido de alcohol), y sacrificaron una oveja y le dieron de
comer.
Pajom sacó presentes de su carromato y los distribuyó, y les
dijo que venía en busca de tierras.
Los baskires parecieron muy satisfechos y le dijeron que
debía hablar con el jefe.
Lo mandaron a buscar y le explicaron a qué había ido Pajom.
El jefe escuchó un rato, pidió silencio con un gesto y le
dijo a Pajom:
—De acuerdo. Escoge la tierra que te plazca. Tenemos tierras
en abundancia.
—¿Y cuál será el precio? —preguntó Pajom.
—Nuestro precio es siempre el mismo: mil rublos por día.
Pajom no comprendió.
—¿Un día? ¿Qué medida es ésa? ¿Cuántas hectáreas son?
—No sabemos calcularlo —dijo el jefe—. La vendemos por día.
Todo lo que puedas recorrer a pie en un día es tuyo, y el precio es mil rublos
por día.
Pajom quedó sorprendido.
—Pero en un día se puede recorrer una vasta extensión de
tierra —dijo.
El jefe se echó a reír.
—¡Será toda tuya! Pero con una condición. Si no regresas el
mismo día al lugar donde comenzaste, pierdes el dinero.
—¿Pero cómo debo señalar el camino que he seguido?
—Iremos a cualquier lugar que gustes, y nos quedaremos allí.
Puedes comenzar desde ese sitio y emprender tu viaje, llevando una azada
contigo. Donde lo consideres necesario, deja una marca. En cada giro, cava un
pozo y apila la tierra; luego iremos con un arado de pozo en pozo. Puedes hacer
el recorrido que desees, pero antes que se ponga el sol debes regresar al sitio
de donde partiste. Toda la tierra que cubras será tuya.
Pajom estaba alborozado.
Decidió comenzar por la mañana.
Charlaron, bebieron más kumis, comieron más oveja y bebieron más té, y así
llegó la noche.
Le dieron a Pajom una cama de edredón, y los baskires se
dispersaron, prometiendo reunirse a la mañana siguiente al romper el alba y
viajar al punto convenido antes del amanecer.
Pajom se quedó acostado, pero no pudo dormirse.
No dejaba de
pensar en su tierra.
"¡Qué gran extensión marcaré! —pensó—. Puedo andar
fácilmente cincuenta kilómetros por día. Los días ahora son largos, y un
recorrido de cincuenta kilómetros representará gran cantidad de tierra. Venderé
las tierras más áridas, o las dejaré a los campesinos, pero yo escogeré la
mejor y la trabajaré. Compraré dos yuntas de bueyes y contrataré dos peones
más. Unas noventa hectáreas destinaré a la siembra y en el resto criaré
ganado."
Por la puerta abierta vio que estaba rompiendo el alba.
—Es hora de despertarlos —se dijo—. Debemos ponernos en
marcha.
Se levantó, despertó al criado (que dormía en el carromato),
le ordenó uncir los caballos y fue a despertar a los baskires.
—Es hora de ir a la estepa para medir las tierras —dijo.
Los baskires se levantaron y se reunieron, y también acudió
el jefe.
Se pusieron a beber más kumis, y ofrecieron a Pajom un poco de té,
pero él no quería esperar.
—Si hemos de ir, vayamos de una vez. Ya es hora.
Los baskires se prepararon y todos se pusieron en marcha,
algunos a caballo, otros en carros.
Pajom iba en su carromato con el criado, y
llevaba una azada.
Cuando llegaron a la estepa, el cielo de la mañana estaba
rojo.
Subieron una loma y, apeándose de carros y caballos, se reunieron en un
sitio.
El jefe se acercó a Pajom y extendió el brazo hacia la planicie.
—Todo esto, hasta donde llega la mirada, es nuestro. Puedes
tomar lo que gustes.
A Pajom le relucieron los ojos, pues era toda tierra virgen,
chata como la palma de la mano y negra como semilla de amapola, y en las
hondonadas crecían altos pastizales.
El jefe se quitó la gorra de piel de zorro, la apoyó en el
suelo y dijo:
—Ésta será la marca. Empieza aquí y regresa aquí. Toda la
tierra que rodees será tuya.
Pajom sacó el dinero y lo puso en la gorra.
Luego se quitó
el abrigo, quedándose con su chaquetón sin mangas.
Se aflojó el cinturón y lo
sujetó con fuerza bajo el vientre, se puso un costal de pan en el pecho del
jubón (vestidura que cubre desde los hombros hasta la cintura, ceñida y
ajustada al cuerpo.) y, atando una botella de agua al cinturón, se subió la
caña de las botas, empuñó la azada y se dispuso a partir.
Tardó un instante en
decidir el rumbo.
Todas las direcciones eran tentadoras.
—No importa —dijo al fin—. Iré hacia el sol naciente.
Se volvió hacia el este, se desperezó y aguardó a que el sol
asomara sobre el horizonte.
"No debo perder tiempo —pensó—, pues es más fácil
caminar mientras todavía está fresco."
Los rayos del sol no acababan de chispear sobre el horizonte
cuando Pajom, azada al hombro, se internó en la estepa.
Pajom caminaba a paso moderado.
Tras avanzar mil metros se
detuvo, cavó un pozo y apiló terrones de hierba para hacerlo más visible.
Luego
continuó, y ahora que había vencido el entumecimiento apuró el paso.
Al cabo de
un rato cavó otro pozo.
Miró hacia atrás.
La loma se veía claramente a la luz del
sol, con la gente encima, y las relucientes llantas de las ruedas del carromato.
Pajom calculó que había caminado cinco kilómetros.
Estaba más cálido; se quitó
el chaquetón, se lo echó al hombro y continuó la marcha.
Ahora hacía más calor;
miró el sol; era hora de pensar en el desayuno.
—He recorrido el primer tramo, pero hay cuatro en un día, y
todavía es demasiado pronto para virar. Pero me quitaré las botas —se dijo.
Se sentó, se quitó las botas, se las metió en el cinturón y
reanudó la marcha. Ahora caminaba con soltura.
"Seguiré otros cinco kilómetros —pensó—, y luego giraré
a la izquierda. Este lugar es tan promisorio que sería una pena perderlo.
Cuanto más avanzo, mejor parece la tierra."
Siguió derecho por un tiempo, y cuando miró en torno, la
loma era apenas visible y las personas parecían hormigas, y apenas se veía un destello
bajo el sol.
"Ah —pensó Pajom—, he avanzado bastante en esta
dirección, es hora de girar. Además estoy sudando, y muy sediento."
Se detuvo, cavó un gran pozo y apiló hierba.
Bebió un sorbo
de agua y giró a la izquierda.
Continuó la marcha, y la hierba era alta, y
hacía mucho calor.
Pajom comenzó a cansarse. Miró el sol y vio que era
mediodía.
"Bien —pensó—, debo descansar."
Se sentó, comió pan y bebió agua, pero no se acostó,
temiendo quedarse dormido.
Después de estar un rato sentado, siguió andando.
Al
principio caminaba sin dificultad, y sentía sueño, pero continuó, pensando:
"Una hora de sufrimiento, una vida para disfrutarlo".
Avanzó un largo trecho en esa dirección, y ya iba a girar de
nuevo a la izquierda cuando vio un fecundo valle.
"Sería una pena excluir
ese terreno —pensó—. El lino crecería bien aquí."
Así que rodeó el valle
y cavó un pozo del otro lado antes de girar.
Pajom miró hacia la loma.
El aire
estaba brumoso y trémulo con el calor, y a través de la bruma apenas se veía a
la gente de la loma.
"¡Ah! —pensó Pajom—. Los lados son demasiado largos.
Este debe ser más corto."
Y siguió a lo largo del tercer lado, apurando el
paso.
Miró el sol.
Estaba a mitad de camino del horizonte, y Pajom aún no había
recorrido tres kilómetros del tercer lado del cuadrado.
Aún estaba a quince
kilómetros de su meta.
"No —pensó—, aunque mis tierras queden irregulares,
ahora debo volver en línea recta. Podría alejarme demasiado, y ya tengo gran
cantidad de tierra".
Pajom cavó un pozo de prisa.
Echó a andar hacia la loma, pero con dificultad.
Estaba
agotado por el calor, tenía cortes y magulladuras en los pies descalzos, le
flaqueaban las piernas.
Ansiaba descansar, pero era imposible si deseaba llegar
antes del poniente.
El sol no espera a nadie, y se hundía cada vez más.
"Cielos —pensó—, si no hubiera cometido el error de
querer demasiado. ¿Qué pasará si llego tarde?"
Miró hacia la loma y hacia el sol. Aún estaba lejos de su
meta, y el sol se aproximaba al horizonte.
Pajom siguió caminando, con mucha dificultad, pero cada vez
más rápido.
Apuró el paso, pero todavía estaba lejos del lugar.
Echó a correr,
arrojó la chaqueta, las botas, la botella y la gorra, y conservó sólo la azada
que usaba como bastón.
"Ay de mí. He deseado mucho, y lo eché todo a perder.
Tengo que llegar antes de que se ponga el sol."
El temor le quitaba el aliento.
Pajom siguió corriendo, y la
camisa y los pantalones empapados se le pegaban a la piel, y tenía la boca
reseca.
Su pecho jadeaba como un fuelle, su corazón batía como un martillo, sus
piernas cedían como si no le pertenecieran.
Pajom estaba abrumado por el terror
de morir de agotamiento.
Aunque temía la muerte, no podía detenerse.
"Después
que he corrido tanto, me considerarán un tonto si me detengo ahora",
pensó.
Y siguió corriendo, y al acercarse oyó que los baskires gritaban y
aullaban, y esos gritos le inflamaron aún más el corazón.
Juntó sus últimas
fuerzas y siguió corriendo.
El hinchado y brumoso sol casi rozaba el horizonte, rojo
como la sangre.
Estaba muy bajo, pero Pajom estaba muy cerca de su meta.
Podía
ver a la gente de la loma, agitando los brazos para que se diera prisa.
Veía la
gorra de piel de zorro en el suelo, y el dinero, y al jefe sentado en el suelo,
riendo a carcajadas.
"Hay tierras en abundancia —pensó—, ¿pero me dejará
Dios vivir en ellas? ¡He perdido la vida, he perdido la vida! ¡Nunca llegaré a
ese lugar!"
Pajom miró el sol, que ya desaparecía, ya era devorado.
Con
el resto de sus fuerzas apuró el paso, encorvando el cuerpo de tal modo que sus
piernas apenas podían sostenerlo.
Cuando llegó a la loma, de pronto oscureció.
Miró el cielo.
¡El sol se había puesto! Pajom dio un alarido.
"Todo mi esfuerzo ha sido en vano", pensó, y ya
iba a detenerse, pero oyó que los baskires aún gritaban, y recordó que aunque
para él, desde abajo, parecía que el sol se había puesto, desde la loma aún
podían verlo.
Aspiró una buena bocanada de aire y corrió cuesta arriba.
Allí
aún había luz. Llegó a la cima y vio la gorra.
Delante de ella el jefe se reía
a carcajadas.
Pajom soltó un grito.
Se le aflojaron las piernas, cayó de bruces
y tomó la gorra con las manos.
—¡Vaya, qué sujeto tan admirable! —exclamó el jefe—. ¡Ha
ganado muchas tierras!
El criado de Pajom se acercó corriendo y trató de
levantarlo, pero vio que le salía sangre de la boca. ¡Pajom estaba muerto!
Los baskires chasquearon la lengua para demostrar su piedad.
Su criado empuñó la azada y cavó una tumba en la que Pajom
cupiera, y allí lo sepultó.
Dos metros de tierra, de la cabeza a los pies, era
todo lo que necesitaba.
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