Julio Cortázar
LUCAS, SUS COMPRAS
En vista de que la Tota le ha pedido que baje a comprar una
caja de fósforos, Lucas sale en piyama porque la canícula impera en la
metrópoli, y se constituye en el café del gordo Muzzio donde antes de comprar
los fósforos decide mandarse un Aperital con soda.
Va por la mitad de este noble digestivo cuando su amigo
Juárez entra también en piyama y al verlo prorrumpe que tiene a su hermana con
la otitis aguda y el boticario no quiere venderle las gotas calmantes porque la
receta no aparece y las gotas son una especie de alucinógeno que ya ha
electrocutado a más de cuatro hippies del barrio.
A vos te conoce bien y te las venderá, vení en seguida, la
Rosita se retuerce que no la puedo mirar.
Lucas paga, se olvida de comprar los fósforos y va con
Juárez a la farmacia donde el viejo Olivetti dice que no es cosa, que nada, que
se vayan a otro lado, y en ese momento su señora sale de la trastienda con una Kódak
en la mano y usted, señor Lucas, seguro que sabe cómo se la carga, estamos de
cumpleaños de la nena y dese cuenta justo se nos acaba el rollo, se nos acaba.
Es que tengo que llevarle fósforos a la Tota, dice Lucas
antes que Juárez le pise un pie y Lucas se comida a cargar la Kódak al
comprender que el viejo Olivetti le va a retribuir con las gotas ominosas,
Juárez se deshace en gratitud y sale echando putas mientras la señora agarra a
Lucas y lo mete toda contenta en el cumpleaños, no se va a ir sin probar la
torta de manteca que hizo doña Luisa, que los cumplas muy felices dice Lucas a
la nena que le contesta con un borborigmo a través de la quinta tajada de
torta.
Todos cantan el apio verde tuyú y otro brindis con
naranjada, pero la señora tiene una cervecita bien helada para el señor Lucas
que además va a sacar las fotos porque ahí no tienen mucha cancha, y Lucas
atenti al pajarito, ésta con flash y ésta en el patio porque la nena quiere que
también salga el jilguero, quiere.
—Bueno —dice Lucas— yo voy a tener que irme porque resulta
que la Tota.
Frase eternamente inconclusa puesto que en la farmacia cunden
alaridos y toda clase de instrucciones y contraórdenes, Lucas corre a ver y de
paso a rajar, y se encuentra con el sector masculino de la familia Salinsky y
en el medio el viejo Salinsky que se ha caído de la silla y lo traen porque
viven al lado y no es cosa de molestar al doctor si no tiene fractura de coxis
o algo peor.
El petiso Salinsky que es como fierro con Lucas se le agarra
del piyama y le dice que el viejo es duro pero que el pórlan del patio es peor,
razón por la cual no sería de excluir una fractura fatal máxime cuando el viejo
se ha puesto verde y ni siquiera atina a frotarse el culo como es su costumbre
habitual.
Este detalle contradictorio no se le ha escapado al viejo
Olivetti que pone a su señora al teléfono y en menos de cuatro minutos hay una
ambulancia y dos camilleros, Lucas ayuda a subir al viejo que vaya a saber por
qué le ha pasado los brazos por el pescuezo ignorando por completo a sus hijos,
y cuando Lucas va a bajarse de la ambulancia los camilleros se la cierran en la
cara porque están discutiendo lo de Boca versus River el domingo y no es cosa
de distraerse con parentescos, total que Lucas va a parar al suelo con el
arranque supersónico y el viejo Salinsky desde la camilla jódete, pibe, ahora
vas a saber cómo duele.
En el hospital que queda en la otra punta del ovillo, Lucas
tiene que explicar el fato, pero eso es algo que lleva su tiempo en un
nosocomio y usted es de la familia, no, en realidad yo, pero entonces qué,
espere que le voy a explicar lo que pasó, está bien pero muestre sus
documentos, es que estoy en piyama, doctor, su piyama tiene dos bolsillos, de
acuerdo pero resulta que la Tota, no me va a decir que este viejo se llama
Tota, quiero decir que yo tenía que comprarle una caja de fósforos a la Tota y
en eso viene Juárez y...
Está bien, suspira el médico, bajale los calzoncillos al
viejo, Morgada, usted se puede ir.
Me quedo hasta que llegue la familia y me dan plata para un
taxi, dice Lucas, así no voy a tomar el colectivo.
Depende, dice el médico, ahora se usan indumentos de alta
fantasía, la moda es tan versátil, hacele una radio de cúbito, Morgada.
Cuando los Salinsky desembocan de un taxi Lucas les da las
noticias y el petiso le larga la guita justa pero eso sí le agradece cinco
minutos la solidaridad y el compañerismo, de golpe no hay taxis por ninguna
parte y Lucas que ya no puede más se larga calle abajo pero es raro andar en
piyama fuera del barrio, nunca se le había ocurrido que es propio como estar en
pelotas, para peor ni siquiera un colectivo rasposo hasta que el final el 128 y
Lucas parado entre dos chicas que lo miran estupefactas, después una vieja que
desde su asiento le va subiendo los ojos por las rayas del piyama como para
apreciar el grado de decencia de esa vestimenta que poco disimula las
protuberancias, Santa Fe y Canning no llegan nunca y con razón porque Lucas ha
tomado el colectivo que va a Saavedra, entonces bajarse y esperar en una
especie de potrero con dos arbolitos y un peine roto, la Tota debe estar como
una pantera en un lavarropas, una hora y media madre querida y cuándo carajo va
a venir el colectivo.
A lo mejor ya no viene nunca se dice Lucas con una especie
de siniestra iluminación, a lo mejor esto es algo así como el alejamiento de
Almotásim, piensa Lucas culto.
Casi no ve llegar a la viejita desdentada que se
le arrima de a poco para preguntarle si por casualidad no tiene un fósforo.
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