EL SALUDO
Pedro Orgambide
Ha sido una gran función la de esta noche.
Los espectadores aplauden de pie y esperan el
saludo de La Diva.
Pero ella no sale aún.
Algún crítico mal intencionado piensa que La
Diva se hace rogar, que administra, con astucia, el fervor del público.
Puede que sea así, pero yo no soy nadie para
revelar esos secretos.
Mi patrona, que otros llaman la Diva, sabe muy
bien que no lo haré.
En todos estos años que estuve a su servicio,
nadie obtuvo de mí una infidencia, un comentario que pudiera afectar a la
señora.
Al contrario, muchas veces hice un discreto mutis,
por decir así, para ocultar o disimular una situación embarazosa.
"Esta mosquita muerta lo ve todo, lo sabe
todo", suele decir mi patrona.
Y es así, realmente: he visto cosas por las
que pagarían buen dinero esas revistas de chismes en las que a veces sale la
foto de la señora, acompañada por el caballero o el jovencito de turno.
Sólo yo sé que esas minucias poco tienen que ver
con ella.
A ella, lo que en verdad le importa es el aplauso
del público.
No, no sale todavía.
Ella no es como esas jovencitas, como esas
actrices novatas que apenas cae el telón, corren desbocadas hasta el proscenio,
para mendigar el aplauso.
De ningún modo.
Ella suele esperar entre bambalinas, dejar que el
aplauso crezca en forma considerable, antes de caminar hacia la gente que le
arroja flores y la llama diosa.
Sólo entonces mueve levemente la cabeza, como
negando el mérito a la estruendosa realidad.
Con modestia, debe admitir que el éxito es suyo.
Puede permitirse entonces una sonrisa, un ademán
gracioso, algún saltito que insinúa un deseo de regresar al camarín.
Pero el público es tirano, el público exige otro
saludo.
Y bien, no hay que negárselo.
Es entonces cuando La Diva arroja un beso al aire.
El público se agita, grita, patalea.
Entonces ella lleva su mano al pecho, hacia el
corazón y llora. "un momento así vale la pena", le oí decir muchas
veces a mi patrona.
Por ese momento, ella pasa horas haciendo
gimnasia, pedaleando en la bicicleta fija, cubriéndose la cara con
horribles mascarillas y cosméticos.
Pero eso el público no lo sabe, es un secreto
entre ella y yo.
Nunca diré que vi su rostro envejecido, sus
arrugas, el tic que afea su boca.
No, no lo haré.
Tampoco diré que se babea por las noches, que tose
en la oscuridad y maldice su suerte.
No quiero llevar agua al molino de sus enemigos,
Dios no lo permita.
Pero hay que reconocer que no siempre saluda con
dignidad.
Yo la he visto empujar al primer actor de la
compañía, para que trastabille delante de los espectadores.
También he visto como "tapaba" a la dama
joven, poniéndose delante de la muchacha, como distraída.
No, no me engaño.
Así no saludan los grandes del teatro.
Ellos saludan muy sobrios, con la ostentosa
dignidad de parecer humildes.
Pero yo no soy quién para juzgarla.
En estos años la vi luchar por el aplauso, firmar
contratos abusivos, soportar los chistes de ignotos productores, sólo para
obtener ese premio que necesita como el aire.
Porque después de meses de ensayo, de debatirse
frente al espejo, de abandonar a su último amante, de aprender un texto que en
realidad detesta, ella va a salir a saludar al público.
Y la van a aplaudir.
Y eso es lo único que importa.
Ella quedará suspendida en el tiempo, oyendo el
aplauso, las voces que repiten su nombre.
Lástima que hoy no será así.
Lástima su mal trato, la fea costumbre de
insultarme.
Aunque yo se lo había perdonado todo, en verdad.
Porque yo la admiraba, igual que esa gente que
ahora implora su presencia en el escenario, esas mujeres y esos hombres de pie,
ansiosos, impacientes por ver a La Diva.
Lástima.
Porque ella no debió levantarme la mano, ni
decirme bruta, ignorante, ladrona.
No, eso estuvo mal.
Si me puse el vestido de marquesa, el que ella usa
en la obra, fue solo para imitarla, sin mala intención.
Es lo que hice durante todas las noches, cuando
ella se cambiaba y se ponía la bata de seda, para saludar y recibir los
aplausos.
No sabía que se iba a enojar tanto.
Pero, ¿por qué me amenazó con esa tijera que
ahora está clavada en su corazón?
Con el vestido de marquesa y el antifaz ya soy
igual a ella.
Oigo el rumor de los aplausos.
Es algo verdaderamente hermoso.
Es hora de salir, de saludar al público.
Ellos están allí, llamándome, gritándome divina,
diosa.
Hago una
reverencia, arrojo un beso al aire y los saludo, fatigada y feliz.
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