lunes, 29 de octubre de 2012

EL GOCE DE LA CULTURA Y EL GUSTO EN EL CONOCIMIENTO





EL  GOCE  DE  LA  CULTURA 
Y  EL  GUSTO  EN  EL  CONOCIMIENTO

- Lin  Yutang -




La meta de la educación, la cultura, es simplemente el desarrollo del buen gusto en el conocimiento y las buenas formas en la conducta.

El hombre culto o el hombre educado ideal no es necesariamente un hombre que ha leído o aprendido mucho, sino aquel a quien gustan y disgustan las cosas que le deben gustar y disgustar. 

Saber qué se debe amar y qué se debe odiar es tener buen gusto en el conocimiento. 

Nada exaspera tanto como conocer en una reunión a una persona cuya mente está atestada de fechas y datos históricos y que se halla muy enterada de las cuestiones corrientes en Rusia o Checoeslovaquia, pero cuya actitud o punto de vista es erróneo. 

Estas personas así, suelen tener algunos hechos o cifras que presentar un una conversación, pero cuyos puntos de vista son deplorables. 

Estas personas tienen erudición, pero no discernimiento, y tampoco gusto. 

La erudición es simplemente cuestión de atestar hechos o información, en tanto que el gusto o el discernimiento es cuestión de juicio artístico. 

Al hablar de un sabio, los chinos distinguen entre la erudición, la conducta, y el gusto o discernimiento.

Así ocurre, particularmente, con respecto a los historiadores; un libro de historia puede estar escrito con la más detallada erudición, pero carecer de visión o discernimiento, y en su juicio o interpretación de personas y hechos de la historia el autor puede demostrar falta de originalidad o de profundidad de comprensión. 


Solemos decir que un autor así no tiene gusto en el conocimiento. 

Estar bien informado, o acumular hechos y detalles, es la cosa más fácil. 

En un período histórico dado hay muchos hechos que pueden ser metidos fácilmente en la mente, pero el discernimiento en la selección de los hechos significativos es una cosa sumamente más difícil, y depende del punto de vista de cada uno.

Un hombre educado, pues, es el que tiene los amores y los odios justos. 

Esto es lo que llamamos gusto, y con el gusto viene el encanto. 

Tener gusto o discernimiento requiere capacidad para pensar las cosas hasta el fondo, independencia de juicio y resistencia a ser engañado por cualquier forma de embeleco (embuste) : social, político, literario, artístico o académico. 

No hay duda que en nuestra vida adulta estamos rodeados por una cantidad de embelecos o farsas: de fama, de riqueza, patrióticos, políticos; hay poetas de farsa, políticos de farsa, dictadores de farsa y psicólogos de farsa. 

Cuando un hombre se equivoca, bien, se equivoca, y no hay necesidad de que nadie se impresione o quede pasmado por un gran nombre o por el número de libros ha leído él y nosotros no conocemos.

El gusto, pues, está íntimamente asociado con la valentía, los chinos siempre piensan que la valentía o independencia de juicio, como sabemos, es una virtud muy rara en la humanidad.

Vemos esta valentía o independencia intelectual durante la infancia de todos los pensadores y escritores que después han llegado a algo.

Estas personas se niegan a que les guste un poeta determinado aunque sea la grande sensación de su época; pero cuando en realidad les gusta un poeta, pueden decir que les gusta, y esto es debido a su juicio íntimo.

Esto es lo que llamamos gusto en literatura.

También se niegan a prestar su aprobación a la escuela corriente de pintura, si choca con sus instintos artísticos.

Esto es gusto en el arte. 

También se niegan a quedar impresionados por una filosofía de moda o una teoría reciente, aunque las respalde el más grande de los nombres del momento.
No se dejan convencer por ningún autor hasta que se convencen en lo íntimo; si el autor les convence, tiene razón el autor, pero si no les puede convencer, son ellos quienes tienen razón y no el autor.

Esto es gusto en el conocimiento.

No hay duda de que esta valentía intelectual o independencia de juicio requiere cierta confianza infantil, trivial, en sí mismo, pero ese yo es lo único a que se puede a aferrar uno, y en cuanto un estudiante renuncia a su derecho al juicio personal ya está destinado a aceptar todos los embustes de la vida.




Confucio parece haber pensado que la erudición sin pensamiento era más peligrosa que los pensamientos sin el apoyo de la erudición; fue él quien dijo: 

"Pensar sin aprender nos hace caprichosos, y aprender sin pensar es un desastre". 

Debe haber visto buen número de estudiantes del último tipo en sus días para pronunciar esta advertencia, una advertencia muy necesaria en las escuelas modernas.

Es bien sabido que la educación moderna y los modernos sistemas escolares, en general, tienden a alentar la erudición a expensas del discernimiento, y consideran el acaparamiento de información como un fin en sí mismo, como si una gran suma de erudición pudiera formar a un hombre educado.

Pero ¿por qué se desalienta, en la escuela, a quien quiere pensar? 

¿Por qué ha torcido y falseado el sistema educacional la placentera búsqueda de conocimientos para convertirla en un mecánico, medido, uniforme y pasivo amontonamiento de informaciones?

¿Por qué concedemos más importancia al conocimiento que al pensamiento?

La razón es sencilla.

Tenemos este sistema porque educamos a la gente en masas, como en una fábrica, y todo lo que ocurre dentro de una fábrica debe suceder según un sistema muerto y mecánico.

A fin de proteger su fama y "standardizar" sus productos, la escuela debe darles diplomas como certificados.

Con los diplomas nace la necesidad de pasar de curso, y con esto vienen las clasificaciones, y a fin de que haya clasificaciones debe haber lecciones, exámenes y pruebas.

Todo esto forma una secuencia enteramente lógica y no hay forma de escapar de ella.

Pero las consecuencias de los exámenes mecánicos son más fatales de lo que imaginamos.

Porque inmediatamente se acentúa la necesidad de memorizar los hechos, más que el desarrollo del gusto o del juicio.

Yo he sido maestro y sé que es más fácil hacer un conjunto de preguntas sobre fechas históricas que sobre vagas opiniones acerca de vagas cuestiones.

También es más fácil clasificar así a los alumnos.

Es útil recordar todavía que Confucio dijo:

"La erudición que consiste en la memorización de hechos no califica a nadie para ser maestro". 

Debemos abandonar la idea de que los conocimientos de un hombre pueden ser probados o medidos en una forma cualquiera. 

Tschuangtsé ha dicho muy bien: 

"¡Ay, mi vida está limitada, y el conocimiento no tiene límites!" 

La busca de conocimiento es, después de todo, solamente como la exploración de un nuevo continente, o "una aventura del alma", como dice Anatole France, y ha de ser un placer en lugar de convertirse en tortura si se mantiene el espíritu de exploración con ánimo desaprensivo, interrogativo, curioso y aventurero.

En lugar del amontonamiento medido, uniforme y pasivo de información, tenemos que mantener este ideal de un placer individual positivo y creciente. 

Sugiero que todas estas ideas son inmorales. 

La búsqueda del conocimiento no debe ser cuestión de nadie más que de uno mismo, y sólo entonces podrá ser un placer, y podrá ser positiva, la educación humana.



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