lunes, 8 de octubre de 2012

PHILIPPE JACCOTTET






Philippe  Jaccottet




El varias veces premiado escritor suizo Philippe Jaccottet, quien en la actualidad está considerado como uno de los poetas más destacados de la lengua francesa, nació en Moudon, Suiza, en 1925.

Tras estudiar Letras en Lausana, se instaló en París, donde trabajó durante varios años como colaborador de la editorial Mermod. Años más tarde, después de contraer matrimonio con la pintora Anne-Marie Aesler, Jaccottet se afincaría en Grignan, población y comuna francesa, en la región de Ródano-Alpes.

“El ignorante”, “A la luz del invierno”, “Después de muchos años”, “Pensamientos bajo las nubes”, “A través de un vergel” y “Cuaderno de verdor” son algunos de los libros de su autoría que se han traducido al castellano.

Tiempo atrás, este admirado escritor aseguró ante El Mundo que, más allá de lo que se pueda comentar sobre su vida, su biografía puede ser encontrada en sus libros.

“Mi escritura no es un viaje de la oscuridad a la claridad, sino una trayectoria llena de curvas, idas y vueltas, que se va repartiendo entre ambos espacios y une los caminos de la transparencia”, expresó antes de revelar que, a lo largo de su existencia, ha perdido varios amigos y, a raíz de esas experiencias, hasta llegó a abandonar por algún tiempo la escritura.

Sin embargo, un día, su concepción de la literatura como una forma de resistencia hizo que Jaccottet abandonara su aislamiento y volviera a retomar la poesía, ese género que él define como un medio para “estar en el mundo y habitar el silencio” y que le permite descubrir sus “verdades” y acercarse a su propia realidad.










La voz
 
¿Quién canta allí cuando todos callan?
¿Quién canta con pura y apagada voz ese canto tan hermoso?
¿Será en las afueras de la ciudad, en Robinson,
en un jardín cubierto de nieve?
¿O aquí cerca alguien que no esperaba que pudiéramos escucharlo?
No nos impacientemos ya que el día no viene precedido,
ni mucho menos, por el pájaro invisible.
Pero permanezcamos en silencio.
Una voz sube, y como el viento de marzo
le otorga fuerza a la envejecida madera,
nos llega sin lágrimas, más bien sonriendo ante la muerte.
¿Quién cantaba allí cuando se apagó nuestra lámpara?
Nadie lo sabe. Sólo al corazón que no busca
ni la posesión ni la victoria le será dado oírlo.






 El poeta tardío

El poeta tardío escribe:

“Mi espíritu se deshilacha poco a poco.

Incluso la malva rosa y el pinzón me parecen lejanos
y lejanos cada vez con menor seguridad.

Llegaré incluso a solicitar
que me descarguen de este saco de luz:
¡gloria extravagante!”

¿Quién entre estas bellezas responderá?
¿No habrá alguien entre ustedes,
incluso sin decir nada, para venir en pos de él?

Vaya, como se dispersa, la manada de fuentes
que creímos haber conducido alguna vez por estas praderas…

He aquí que a partir de entonces
cualquier música de antaño se le sube a los ojos
convertida en gruesas lágrimas:

“Vuelven los alhelíes y las peonías,
la hierba y el mirlo también,
pero la que esperamos ¿dónde? ¿dónde las esperadas?
¿Acaso nunca más volveremos a tener sed?
¿Ya no habrá más cascadas
para que aprieten en sus manos la fresca cintura?

Cualquier música te aflige desde entonces
con el peso de las lágrimas”.

El hombre sigue hablando,
y su rumor avanza como un arroyo de enero
con ese temblor de hojas cada vez que un pájaro
asustado huye gritando hacia allí donde la lluvia escampa.






El ignorante


A medida que envejezco, crezco en ignorancia;
a medida que más vivo, menos poseo y menos reino.
Un espacio a veces de nieve o a veces brillante,
mas nunca habitado, es todo lo que tengo.
¿Dónde se halla el que lo legó, el guía, el guardián?
Permanezco en mi habitación y al principio callo
[silencio doméstico, instalador de un poco de orden]
escuchando las mentiras que se alejan una a una:
¿qué queda de todo eso?
¿qué le impide al moribundo dejarse llevar por la buena muerte? ¿Qué fuerza le hace hablar aún entre sus cuatro paredes?
Yo el ignorante, el inquieto, ¿llegaré a saberlo?
Pero ya sé realmente quién es el que habla,
y su palabra penetra con el día, aunque algo vaga:

“Como el fuego, el amor sólo establece su claridad
sobre el error y la belleza de los leños en ceniza…”









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