Philippe
Jaccottet
El
varias veces premiado escritor suizo Philippe Jaccottet, quien en la actualidad
está considerado como uno de los poetas más destacados de la lengua francesa,
nació en Moudon, Suiza, en 1925.
Tras
estudiar Letras en Lausana, se instaló en París, donde trabajó durante varios
años como colaborador de la editorial Mermod. Años más tarde, después de
contraer matrimonio con la pintora Anne-Marie Aesler, Jaccottet se afincaría en
Grignan, población y comuna francesa, en la región de Ródano-Alpes.
“El
ignorante”, “A la luz del invierno”, “Después de muchos años”, “Pensamientos
bajo las nubes”, “A través de un vergel” y “Cuaderno de verdor” son algunos de
los libros de su autoría que se han traducido al castellano.
Tiempo
atrás, este admirado escritor aseguró ante El Mundo que, más allá de lo que se
pueda comentar sobre su vida, su biografía puede ser encontrada en sus libros.
“Mi
escritura no es un viaje de la oscuridad a la claridad, sino una trayectoria
llena de curvas, idas y vueltas, que se va repartiendo entre ambos espacios y
une los caminos de la transparencia”, expresó antes de revelar que, a lo largo
de su existencia, ha perdido varios amigos y, a raíz de esas experiencias,
hasta llegó a abandonar por algún tiempo la escritura.
Sin
embargo, un día, su concepción de la literatura como una forma de resistencia
hizo que Jaccottet abandonara su aislamiento y volviera a retomar la poesía,
ese género que él define como un medio para “estar en el mundo y habitar el
silencio” y que le permite descubrir sus “verdades” y acercarse a su propia
realidad.
La voz
¿Quién
canta allí cuando todos callan?
¿Quién
canta con pura y apagada voz ese canto tan hermoso?
¿Será
en las afueras de la ciudad, en Robinson,
en
un jardín cubierto de nieve?
¿O
aquí cerca alguien que no esperaba que pudiéramos escucharlo?
No
nos impacientemos ya que el día no viene precedido,
ni
mucho menos, por el pájaro invisible.
Pero
permanezcamos en silencio.
Una
voz sube, y como el viento de marzo
le
otorga fuerza a la envejecida madera,
nos
llega sin lágrimas, más bien sonriendo ante la muerte.
¿Quién
cantaba allí cuando se apagó nuestra lámpara?
Nadie
lo sabe. Sólo al corazón que no busca
ni
la posesión ni la victoria le será dado oírlo.
El poeta tardío
El
poeta tardío escribe:
“Mi
espíritu se deshilacha poco a poco.
Incluso
la malva rosa y el pinzón me parecen lejanos
y
lejanos cada vez con menor seguridad.
Llegaré
incluso a solicitar
que
me descarguen de este saco de luz:
¡gloria
extravagante!”
¿Quién
entre estas bellezas responderá?
¿No
habrá alguien entre ustedes,
incluso
sin decir nada, para venir en pos de él?
Vaya,
como se dispersa, la manada de fuentes
que
creímos haber conducido alguna vez por estas praderas…
He
aquí que a partir de entonces
cualquier
música de antaño se le sube a los ojos
convertida
en gruesas lágrimas:
“Vuelven
los alhelíes y las peonías,
la
hierba y el mirlo también,
pero
la que esperamos ¿dónde? ¿dónde las esperadas?
¿Acaso
nunca más volveremos a tener sed?
¿Ya
no habrá más cascadas
para
que aprieten en sus manos la fresca cintura?
Cualquier
música te aflige desde entonces
con
el peso de las lágrimas”.
El
hombre sigue hablando,
y
su rumor avanza como un arroyo de enero
con
ese temblor de hojas cada vez que un pájaro
asustado
huye gritando hacia allí donde la lluvia escampa.
El ignorante
A
medida que envejezco, crezco en ignorancia;
a
medida que más vivo, menos poseo y menos reino.
Un
espacio a veces de nieve o a veces brillante,
mas
nunca habitado, es todo lo que tengo.
¿Dónde
se halla el que lo legó, el guía, el guardián?
Permanezco
en mi habitación y al principio callo
[silencio
doméstico, instalador de un poco de orden]
escuchando
las mentiras que se alejan una a una:
¿qué
queda de todo eso?
¿qué
le impide al moribundo dejarse llevar por la buena muerte? ¿Qué fuerza le hace
hablar aún entre sus cuatro paredes?
Yo
el ignorante, el inquieto, ¿llegaré a saberlo?
Pero
ya sé realmente quién es el que habla,
y
su palabra penetra con el día, aunque algo vaga:
“Como
el fuego, el amor sólo establece su claridad
sobre
el error y la belleza de los leños en ceniza…”
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