SYLVIA
PLATH
Poeta
y ensayista norteamericana nacida en Jamaica Plain, suburbio de Boston,
Massachusetts, en 1932 y se suicidó en Londres en noviembre de 1963.
“El
no ser perfecta, me hiere”, escribió Sylvia Plath en su Diario en 1957.
Desde
niña descolló por su agudeza en la elaboración de poemas.
Lamentablemente
comenzaron los primeros síntomas de trastorno bipolar que en varias
oportunidades le indujo a cometer sendos intentos de suicidio, el primero de
ellos ocurrió antes de cumplir diecisiete años.
En
1953, a los veinte años, comete el segundo intento de suicidio utilizando para
ello somníferos.
Padeció
en su breve vida repetidas depresiones e intentos de suicidio.
Se
graduó con honores en la universidad de Smith College en 1955.
Sylvia
constató en su condición humana, el mayor y más cruel impedimento para aquella
correspondencia perfecta que quería plasmar entre la vida real y sus poemas. Y
se volvió contra ella misma hasta finalmente destruirse.
Sylvia
fue una morbosa amante de la perfección. Pero en realidad fue ella su presa
perfecta.
Sylvia
jugó siempre en las zonas prohibidas del ocultismo, el espiritismo y con su
propia mente.
Ella
se desplaza familiarizándose con la presencia de la muerte en un juego extraño
y de allí extrae para sus lectores, poemas temblorosos, tenebrosos, desnudos,
hirientes...
Se
casó en 1956 con el poeta Ted Hughes
a quien conoció en Cambridge. Tuvieron problemas con su matrimonio y finalmente
sobrevino el divorcio en 1962. Su separación se debió sobre todo a que su
esposo le fue infiel con la poetisa Assia Wevill.
Su
menguada salud, sumada al divorcio la llevaron a quitarse la vida un año
después.
El
invierno de 1962/1963 fue muy duro. El 11 de febrero de 1963, enferma y con
poco dinero, Plath se suicidó asfixiándose con gas.
Fue
la primera poeta en recibir post-mortem el Premio Pulitzer por el conjunto de
su obra.
Las
obras de Sylvia invitan a ensayar buscando la verdadera trama intrincada en
clave en otra historia, la que narra en forma lineal.
Sylvia
suele pasar de improviso de una idea a otra, mediante analogías y/o por oscilaciones
y vaivenes sombre el tema, lo cual se comprueba fácilmente en sus escritos.
Reflexiones
de Sylvia
¡Oh,
satisfacción! No pienso si podría vivir sin
ella. Es como agua o pan, o algo absolutamente esencial
para mí.
Me encuentro absolutamente colmada cuando
he escrito un poema, cuando yo lo escribí.
Cuando
escribís uno, entonces dejas atrás rápidamente contar
con ser poeta para pasar a transformarte en uno.
Creo
que la actual experiencia de escribir un poema es magnífica.
Pienso
que mis poemas surgen inmediatamente de
la experiencia sensitiva y emocional que tengo.
Creo
que uno es capaz de manipular y controlar la
experiencia, aun la más terrorífica como la locura, ser
torturado, etc.; esto hace que uno se plantee manipular esa
experiencia con mentalidad inteligente, informada.
Siento
que la poesía es una disciplina tiránica; vas tan lejos, tan
rápido, que en un espacio reducido tienes que desviarte a
toda la periferia.
Muchas
veces prefiero doctores, abogados o cualquier otra
cosa a los escritores. Creo que escritores y artistas son personas
extremadamente narcisistas”.
PALABRAS
Hachas
después de cuyos golpes los sonidos del bosque
¡Y
los ecos!
Ecos
viajando
Lejos
del centro como caballos.
La
savia
Derramándose
como lágrimas, como el
Agua
al esforzarse
Por
re-establecer su espejo
Sobre
la roca.
La
que chorrea y cambia
Su
calavera blanca,
Comida
por las verdes cizañas.
Años
después
Las
encontré en el camino.
Palabras
secas y sin jinetes
De
infatigables y ligeros-cascos
Cuando
Desde
el fondo del estanque, las fijas estrellas
Gobiernan
una vida.
Canción
putesca
La
blanca helada se acabó,
los
sueños verdes nada valen,
tras
un mal día de trabajo
llega
el momento de la sucia puta:
su
simple fama llena nuestra calle.
Todos
los hombres:
blancos,
rubicundos, negros
derivan
hacia su forma desmañanada.
Fijaos,
os pido, en esa boca
hecha
para bofetadas
en
ese rostro costuroso
sesgado
a fuerza de pintarrajos, hondones, marcas,
violado
por cada hosco año.
Ningún
hombre se le acerca
que
sea capaz de concentrar aliento
con
que corcusir fuego de amor en tan fétida mueca
como
apuntan
mis
castísimos ojos
saliendo
de charco, zanja, trago.
Metáforas
Adivíname:
nueve sílabas
tengo,
elefante, casa grande,
melón
con sólo dos tentáculos.
¡Oh
fruta, marfil, leño fino!
Dinero
nuevo en este bolso.
Soy
medio, escena, vaca grávida.
Comí
muchas manzanas verdes.
Del
tren en que voy nadie baja.
Soy
vertical
Pero
preferiría ser horizontal.
Yo no
soy un árbol enraizado en la tierra,
Absorbiendo
minerales y amor materno
Para
rebrotar esplendoroso cada mes de marzo,
Ni
tampoco la belleza del arriate del jardín
Que
deja boquiabierto a todo el mundo y a la que
Todo
el mundo quiere pintar maravillosamente,
Ignorando
que muy pronto se deshojará.
Comparado
conmigo, un árbol es inmortal,
Un
racimo de flores, más bajo, aunque más llamativo,
Y
yo anhelo la longevidad de uno y la osadía del otro.
Esta
noche, bajo la luz infinitesimal de los astros,
Los
árboles y las flores han estado esparciendo sus aromas frescos.
Yo
paseo entre ellos, aunque no se percaten de mi presencia.
A
veces pienso que cuando duermo
Es
cuando más me parezco a ellos
Desvanecidos
ya los pensamientos.
En
mí, el estar tendida, es algo connatural.
Entonces
el cielo y yo conversamos abiertamente.
Y
seguro que seré más útil cuando al fin me tienda para siempre:
Entonces
quizás los árboles me toquen por una vez,
Y
las flores, finalmente, tengan tiempo para mí.
Morir
Es
un arte, como todo.
Yo
lo hago excepcionalmente bien.
Tan
bien, que parece un infierno.
Tan
bien, que parece de veras.
Supongo
que cabría hablar de vocación.
Es
bastante fácil hacerlo en una celda.
Es
bastante fácil hacerlo, y quedarse esperando.
LÍMITE
(último
poema, escrito la víspera del suicidio)
La
mujer alcanzó la perfección.
Su
cuerpo muerto muestra la sonrisa de realización,
la
apariencia de una necesidad griega
fluye
por los pergaminos de su toga,
sus
pies desnudos parecen decir,
hasta
aquí hemos llegado, se acabó.
Los
niños muertos, ovillados, blancas serpientes,
uno
a cada pequeña jarra de leche ahora vacía.
Ella
los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo;
así
los pétalos de una rosa cerrada,
cuando
el jardín se envara
y
los olores sangran de las dulces gargantas
profundas
de la flor de la noche.
La
luna no tiene por qué entristecerse,
mirando
con fijeza desde su capucha de hueso.
Está
acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus
negros crepitan y se arrastran.
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