martes, 16 de octubre de 2012

SYLVIA PLATH





  
SYLVIA  PLATH 


Poeta y ensayista norteamericana nacida en Jamaica Plain, suburbio de Boston, Massachusetts, en 1932 y se suicidó en Londres en noviembre de 1963.

“El no ser perfecta, me hiere”, escribió Sylvia Plath en su Diario en 1957.

Desde niña descolló por su agudeza en la elaboración de poemas.

Lamentablemente comenzaron los primeros síntomas de trastorno bipolar que en varias oportunidades le indujo a cometer sendos intentos de suicidio, el primero de ellos ocurrió antes de cumplir diecisiete años.

En 1953, a los veinte años, comete el segundo intento de suicidio utilizando para ello somníferos.

Padeció en su breve vida repetidas depresiones e intentos de suicidio.

Se graduó con honores en la universidad de Smith College en 1955.

Sylvia constató en su condición humana, el mayor y más cruel impedimento para aquella correspondencia perfecta que quería plasmar entre la vida real y sus poemas. Y se volvió contra ella misma hasta finalmente destruirse.

Sylvia fue una morbosa amante de la perfección. Pero en realidad fue ella su presa perfecta.

Sylvia jugó siempre en las zonas prohibidas del ocultismo, el espiritismo y con su propia mente.

Ella se desplaza familiarizándose con la presencia de la muerte en un juego extraño y de allí extrae para sus lectores, poemas temblorosos, tenebrosos, desnudos, hirientes...

Se casó en 1956 con el poeta Ted Hughes a quien conoció en Cambridge. Tuvieron problemas con su matrimonio y finalmente sobrevino el divorcio en 1962. Su separación se debió sobre todo a que su esposo le fue infiel con la poetisa Assia Wevill.

Su menguada salud, sumada al divorcio la llevaron a quitarse la vida un año después.

El invierno de 1962/1963 fue muy duro. El 11 de febrero de 1963, enferma y con poco dinero, Plath se suicidó asfixiándose con gas.

Fue la primera poeta en recibir post-mortem el Premio Pulitzer por el conjunto de su obra.

Las obras de Sylvia invitan a ensayar buscando la verdadera trama intrincada en clave en otra historia, la que narra en forma lineal.

Sylvia suele pasar de improviso de una idea a otra, mediante analogías y/o por oscilaciones y vaivenes sombre el tema, lo cual se comprueba fácilmente en sus escritos.

 


 
Reflexiones de Sylvia

 

¡Oh, satisfacción! No pienso si podría vivir sin ella. Es como agua o pan, o algo absolutamente esencial para mí. 

Me encuentro absolutamente colmada cuando he escrito un poema, cuando yo lo escribí.

Cuando escribís uno, entonces dejas atrás rápidamente contar con ser poeta para pasar a transformarte en uno.

Creo que la actual experiencia de escribir un poema es magnífica.

Pienso que mis poemas surgen inmediatamente de la experiencia sensitiva y emocional que tengo.

Creo que uno es capaz de manipular y controlar la experiencia, aun la más terrorífica como la locura, ser torturado, etc.; esto hace que uno se plantee manipular esa experiencia con mentalidad inteligente, informada.

Siento que la poesía es una disciplina tiránica; vas tan lejos, tan rápido, que en un espacio reducido tienes que desviarte a toda la periferia.

Muchas veces prefiero doctores, abogados o cualquier otra cosa a los escritores. Creo que escritores y artistas son personas extremadamente narcisistas”.

 





PALABRAS

 
Hachas después de cuyos golpes los sonidos del bosque
¡Y los ecos!
Ecos viajando
Lejos del centro como caballos.

La savia
Derramándose como lágrimas, como el
Agua al esforzarse
Por re-establecer su espejo
Sobre la roca.

La que chorrea y cambia
Su calavera blanca,
Comida por las verdes cizañas.
Años después
Las encontré en el camino.

Palabras secas y sin jinetes
De infatigables y ligeros-cascos
Cuando
Desde el fondo del estanque, las fijas estrellas
Gobiernan una vida.

  
  


Canción putesca



La blanca helada se acabó,
los sueños verdes nada valen,
tras un mal día de trabajo
llega el momento de la sucia puta:
su simple fama llena nuestra calle.
Todos los hombres:
blancos, rubicundos, negros
derivan hacia su forma desmañanada.

Fijaos, os pido, en esa boca
hecha para bofetadas
en ese rostro costuroso
sesgado a fuerza de pintarrajos, hondones, marcas,
violado por cada hosco año.
Ningún hombre se le acerca
que sea capaz de concentrar aliento
con que corcusir fuego de amor en tan fétida mueca
como apuntan
mis castísimos ojos
saliendo de charco, zanja, trago.







Metáforas



Adivíname: nueve sílabas
tengo, elefante, casa grande,
melón con sólo dos tentáculos.
¡Oh fruta, marfil, leño fino!
Dinero nuevo en este bolso.
Soy medio, escena, vaca grávida.
Comí muchas manzanas verdes.
Del tren en que voy nadie baja.






Soy vertical

 
 
Pero preferiría ser horizontal. 
Yo no soy un árbol enraizado en la tierra,
Absorbiendo minerales y amor materno
Para rebrotar esplendoroso cada mes de marzo,
Ni tampoco la belleza del arriate del jardín
Que deja boquiabierto a todo el mundo y a la que
Todo el mundo quiere pintar maravillosamente,
Ignorando que muy pronto se deshojará.
Comparado conmigo, un árbol es inmortal,
Un racimo de flores, más bajo, aunque más llamativo,
Y yo anhelo la longevidad de uno y la osadía del otro.

Esta noche, bajo la luz infinitesimal de los astros,
Los árboles y las flores han estado esparciendo sus aromas frescos.
Yo paseo entre ellos, aunque no se percaten de mi presencia.
A veces pienso que cuando duermo
Es cuando más me parezco a ellos
Desvanecidos ya los pensamientos.
En mí, el estar tendida, es algo connatural.
Entonces el cielo y yo conversamos abiertamente.
Y seguro que seré más útil cuando al fin me tienda para siempre:
Entonces quizás los árboles me toquen por una vez,
Y las flores, finalmente, tengan tiempo para mí.







Morir



Es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación.
Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Es bastante fácil hacerlo, y quedarse esperando.






LÍMITE

(último poema, escrito la víspera del suicidio)

 
La mujer alcanzó la perfección.
Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de realización,
la apariencia de una necesidad griega
fluye por los pergaminos de su toga,
sus pies desnudos parecen decir,
hasta aquí hemos llegado, se acabó.
Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes,
uno a cada pequeña jarra de leche ahora vacía.
Ella los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo;
así los pétalos de una rosa cerrada,
cuando el jardín se envara
y los olores sangran de las dulces gargantas
profundas de la flor de la noche.
La luna no tiene por qué entristecerse,
mirando con fijeza desde su capucha de hueso.
Está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus negros crepitan y se arrastran. 








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