PSICOLOGÍA
DE LAS MASAS
Hoy me complazco en compartir contigo, algunos
conceptos muy importantes, que seleccioné de un trabajo clásico y fantástico
sobre la psicología de las masas, escrito por el Doctor Sigmund Freud, en el
año 1921, y el cual fue y es fuente de
consulta obligada aun hoy en día, por quienes suelen estudiar o desean intentar
comprender el porque de las conductas de las masas.
Tal vez, para alguna persona este artículo sea
algo extenso, no obstante se trata de algo invalorable y meritorio para ser
leído y divulgado.
Mi consejo es leerlo varias veces, y de tanto en
tanto, y entre una lectura y otra meditar al respecto, así comprenderemos
muchas de las circunstancias que pervivimos en nuestra cotidianidad actual, las
cuales acontezcan en cualquier lugar del planeta en que nos encontremos o
quizás, por ahora, vislumbremos desde lejos, respecto a lo que acontece con las
masas.
Esta obra de Sigmund Freud a la cual me refiero,
PSICOLOGIA DE LAS MASAS Y EL ANALISIS DEL YO, fue publicada en 1921.
La «simple idea» de explicar la psicología de las
masas surgiría en la primavera de 1919, iniciando Freud su elaboración,
borrador incluido, al año siguiente.
Su forma definitiva quedaría gestada en la
primavera de 1921, no siendo publicada hasta el verano.
Yo, el Blogger.
Del dicionario de Psicología.
LIBIDO
El psicoanálisis engloba todo apetito de amor
(erotismo, sexualidad, cariño, enamoramiento, afán por el cuidado del otro) en
la noción de libido.
Jung identifica totalmente la libido con la energía psíquica, mientras que Freud casi siempre distinguió en la energía psíquica la libido y otro tipo de pulsiones o apetitos: en sus primeros escritos, la energía psíquica se desdobla en los instintos sexuales o libido y los instintos de conservación; en un segundo momento, interpretará los instintos de conservación como una manifestación del amor dirigido hacia uno mismo, y en los últimos, contrapone los instintos de la vida (Eros), (que se podrían identificar con la libido) al instinto de muerte (Tánatos).
Jung identifica totalmente la libido con la energía psíquica, mientras que Freud casi siempre distinguió en la energía psíquica la libido y otro tipo de pulsiones o apetitos: en sus primeros escritos, la energía psíquica se desdobla en los instintos sexuales o libido y los instintos de conservación; en un segundo momento, interpretará los instintos de conservación como una manifestación del amor dirigido hacia uno mismo, y en los últimos, contrapone los instintos de la vida (Eros), (que se podrían identificar con la libido) al instinto de muerte (Tánatos).
En la psicología de Freud es un concepto
fundamental pues da cuenta del dinamismo de la mente y está a la base de las
explicaciones freudianas del desarrollo psicosexual.
Sigmund Freud nació en 1856, en Pribor, Moravia,
Imperio austríaco (actualmente República Checa), falleció en 1939, en Londres,
Inglaterra, Reino Unido) fue un médico neurólogo austriaco, padre del
psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX.
PSICOLOGIA DE LAS MASAS
Y EL ANALISIS DEL YO
Sigmund Freud -1921
La oposición entre psicología individual y
psicología social o colectiva, que a primera vista puede parecemos muy
profunda, pierde gran parte de su significación en cuanto la sometemos a un más
detenido examen.
La psicología individual se concreta, ciertamente,
al hombre aislado e investiga los caminos por los que él mismo intenta alcanzar
la satisfacción de sus instintos, pero sólo muy pocas veces y bajo determinadas
condiciones excepcionales, le es dado prescindir de las relaciones del
individuo con sus semejantes.
En la vida anímica individual, aparece integrado
siempre, efectivamente, «el otro», como modelo, objeto, auxiliar o adversario,
y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un
principio, psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente
justificado.
El individuo que entra a formar parte de una
multitud se sitúa en condiciones que le permiten suprimir las represiones de
sus tendencias inconscientes.
Los caracteres aparentemente nuevos que entonces
manifiesta son precisamente exteriorizaciones de lo inconsciente individual,
sistema en el que se halla contenido en germen todo lo malo existente en el
alma humana.
Por el solo hecho de formar parte de una multitud,
desciende, pues, el hombre varios escalones en la escala de la civilización.
Aislado, era quizás un individuo culto; en multitud, es un instintivo, y por
consiguiente, un bárbaro.
Tiene la espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también los entusiasmos y los heroísmos de los seres primitivos.
Tiene la espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también los entusiasmos y los heroísmos de los seres primitivos.
La multitud es impulsiva, versátil e irritable y
se deja guiar casi exclusivamente, por lo inconsciente.
Mientras que el nivel intelectual de la multitud
aparece siempre muy inferior al del individuo, su conducta moral puede tanto
sobrepasar el nivel ético individual como descender muy por debajo de él.
Algunos rasgos de la característica de las masas,
muestran hasta qué punto está justificada la identificación del alma de la
multitud con el alma de los primitivos.
En las masas, las ideas más opuestas pueden coexistir sin estorbarse unas a otras y sin que surja de su contradicción lógica conflicto alguno.
En las masas, las ideas más opuestas pueden coexistir sin estorbarse unas a otras y sin que surja de su contradicción lógica conflicto alguno.
Además, la multitud se muestra muy accesible al
poder verdaderamente mágico de las palabras, las cuales son susceptibles tanto
de provocar en el alma colectiva las más violentas tempestades, como de
apaciguarla y devolverle la calma.
«La razón y los argumentos no pueden nada contra
ciertas palabras y fórmulas. Pronunciadas éstas con recogimiento ante las
multitudes, hacen pintarse el respeto en todos los rostros e inclinarse todas
las frentes. Muchos las consideran como fuerzas de la naturaleza o como
potencias sobrenaturales».
A este propósito basta con recordar el tabú de los
nombres entre los primitivos y las fuerzas mágicas que para ellos se enlazan a
los nombres y las palabras.
Por último: las multitudes no han conocido jamás la sed de la verdad.
Demandan ilusiones, a las cuales no pueden renunciar.
Dan siempre la preferencia a lo irreal sobre lo real, y lo irreal actúa sobre ellas con la misma fuerza que lo real.
Por último: las multitudes no han conocido jamás la sed de la verdad.
Demandan ilusiones, a las cuales no pueden renunciar.
Dan siempre la preferencia a lo irreal sobre lo real, y lo irreal actúa sobre ellas con la misma fuerza que lo real.
En cuanto un cierto número de seres vivos se
reúne, trátese de un rebaño o de una multitud humana, los elementos
individuales se colocan instintivamente bajo la autoridad de un jefe.
La multitud es un dócil rebaño incapaz de vivir sin amo.
Tiene una tal sed de obedecer, que se somete instintivamente a aquel que se erige en su jefe.
Pero si la multitud necesita un jefe, es preciso que él mismo posea determinadas aptitudes personales.
Deberá hallarse también fascinado por una intensa fe (en una idea), para poder hacer surgir la fe en la multitud.
Asimismo, deberá poseer una voluntad potente e imperiosa, susceptible de animar a la multitud, carente por sí misma de voluntad.
La multitud es un dócil rebaño incapaz de vivir sin amo.
Tiene una tal sed de obedecer, que se somete instintivamente a aquel que se erige en su jefe.
Pero si la multitud necesita un jefe, es preciso que él mismo posea determinadas aptitudes personales.
Deberá hallarse también fascinado por una intensa fe (en una idea), para poder hacer surgir la fe en la multitud.
Asimismo, deberá poseer una voluntad potente e imperiosa, susceptible de animar a la multitud, carente por sí misma de voluntad.
Por lo que respecta a la producción intelectual,
está, en cambio, demostrado, que las grandes creaciones del pensamiento, los
descubrimientos capitales y las soluciones decisivas de grandes problemas, no
son posibles sino al individuo aislado que labora en la soledad.
Ningún grupo humano puede llegar a formarse sin un
cierto comienzo de organización y que precisamente en estas masas simples y
rudimentarias es en las que más fácilmente pueden observarse algunos de los
fenómenos fundamentales de la psicología colectiva.
Creo haber hallado el camino que ha de conducirnos
a la explicación del fenómeno fundamental de la psicología colectiva, o sea de
la carencia de libertad del individuo integrado en una multitud.
El fenómeno del pánico, observable en las masas
militares con mayor claridad que en ninguna otra formación colectiva, nos
demuestra también, que la esencia de multitud consiste en los lazos libidinosos
existentes en ella.
El pánico se produce cuando una tal multitud comienza a disgregarse y se caracteriza por el hecho de que las órdenes de los jefes dejan de ser obedecidas, no cuidándose ya cada individuo sino de sí mismo, sin atender para nada a los demás. Rotos así los lazos recíprocos, surge un miedo inmenso e insensato.
El pánico se produce cuando una tal multitud comienza a disgregarse y se caracteriza por el hecho de que las órdenes de los jefes dejan de ser obedecidas, no cuidándose ya cada individuo sino de sí mismo, sin atender para nada a los demás. Rotos así los lazos recíprocos, surge un miedo inmenso e insensato.
Lo que aparece en el curso de esta supuesta
descomposición de la masa religiosa, no es el miedo, para el cual falta todo
pretexto, sino impulsos egoístas y hostiles, a los que el amor común de Cristo
hacia todos los hombres había impedido antes manifestarse.
Pero aun durante el reinado de Cristo hay individuos que se hallan fuera de tales lazos afectivos: aquellos que no forman parte de la comunidad de los creyentes, no aman a Cristo ni son amados por él.
Por este motivo, toda religión, aunque se denomine religión de amor, ha de ser dura y sin amor para con todos aquellos que no pertenezcan a ella.
En el fondo, toda religión es una tal religión de amor para sus fieles y en cambio, cruel e intolerante para aquellos que no la reconocen.
Pero aun durante el reinado de Cristo hay individuos que se hallan fuera de tales lazos afectivos: aquellos que no forman parte de la comunidad de los creyentes, no aman a Cristo ni son amados por él.
Por este motivo, toda religión, aunque se denomine religión de amor, ha de ser dura y sin amor para con todos aquellos que no pertenezcan a ella.
En el fondo, toda religión es una tal religión de amor para sus fieles y en cambio, cruel e intolerante para aquellos que no la reconocen.
Y ante todo, surge en nosotros una reflexión que nos
muestra el camino más corto para llegar a la demostración de que la
característica de una masa se halla en los lazos libidinosos que la atraviesan.
Podemos decirnos que los numerosos lazos afectivos
dados en la masa bastan ciertamente para explicarnos uno de sus caracteres, la
falta de independencia e iniciativa del individuo, la identidad de su reacción
con la de los demás, su descenso, en fin, a la categoría de unidad integrante
de la multitud.
Pero esta última, considerada como una totalidad, presenta aún otros caracteres; la disminución de la actividad intelectual, la afectividad exenta de todo freno, la incapacidad de moderarse y retenerse, la tendencia a transgredir todo límite en la manifestación de los afectos y a la completa derivación de éstos en actos, todos estos caracteres y otros análogos, representan sin duda alguna, una regresión de la actividad psíquica a una fase anterior en la que no extrañamos encontrar al salvaje o a los niños.
Pero esta última, considerada como una totalidad, presenta aún otros caracteres; la disminución de la actividad intelectual, la afectividad exenta de todo freno, la incapacidad de moderarse y retenerse, la tendencia a transgredir todo límite en la manifestación de los afectos y a la completa derivación de éstos en actos, todos estos caracteres y otros análogos, representan sin duda alguna, una regresión de la actividad psíquica a una fase anterior en la que no extrañamos encontrar al salvaje o a los niños.
Esto nos recuerda cuán numerosos son los fenómenos
de dependencia en la sociedad humana normal, cuán escasa originalidad y cuán
poco valor personal hallamos en ella y hasta qué punto se encuentra dominado el
individuo por las influencias de un alma colectiva, tales como las propiedades
raciales, los prejuicios de clase, la opinión pública, etcétera.
Los fenómenos psíquicos de la masa, antes
descritos, derivan un instinto gregario, innato al hombre como a las demás
especies animales.
Este instinto gregario es, desde el punto de vista biológico, una analogía y como una extensión de la estructura policelular de los organismos superiores, y desde el punto de vista de la teoría de la libido, una nueva manifestación de la tendencia libidinosa de todos los seres homogéneos, a reunirse en unidades cada vez más amplias.
El individuo se siente «incompleto» cuando está solo.
Este instinto gregario es, desde el punto de vista biológico, una analogía y como una extensión de la estructura policelular de los organismos superiores, y desde el punto de vista de la teoría de la libido, una nueva manifestación de la tendencia libidinosa de todos los seres homogéneos, a reunirse en unidades cada vez más amplias.
El individuo se siente «incompleto» cuando está solo.
El instinto gregario no deja lugar alguno para el
caudillo, el cual no aparecería en la masa sino casualmente.
La primera exigencia de esta formación reaccional
es la de justicia y trato igual para todos.
Ya que uno mismo no puede ser el preferido, por lo
menos, que nadie lo sea.
Rivales al principio, han podido luego
identificarse entre sí por el amor igual que profesan al mismo objeto.
Todas aquellas manifestaciones de este orden, que
luego encontramos en la sociedad, así, el compañerismo, el espíritu de cuerpo,
etc., se derivan también, incontestablemente, de la envidia primitiva.
Nadie debe querer sobresalir; todos deben ser y
obtener lo mismo.
La justicia social significa que nos rehusamos a
nosotros mismos muchas cosas, para que también los demás tengan que renunciar a
ellas, o lo que es lo mismo, no puedan reclamarlas.
Esta reivindicación de igualdad es la raíz de la
consciencia social y del sentimiento del deber y se revela también de un modo
totalmente inesperado en la «angustia de infección» de los sifilíticos
(actualmente tenemos el SIDA), angustia a cuya inteligencia nos ha llevado el
psicoanálisis, mostrándonos que corresponde a la violenta lucha de estos
desdichados contra su deseo inconsciente de comunicar a los demás su
enfermedad, pues ¿por qué han de padecer ellos solos la temible infección que
tantos goces les prohíbe, mientras que otros se hallan sanos y participan de
todos los placeres?
Así, pues, el sentimiento social reposa en la
transformación de un sentimiento primitivamente hostil en un enlace positivo de
la naturaleza de una identificación.
A propósito de las dos masas artificiales, la
Iglesia y el Ejército, hemos visto que su condición previa consiste en que
todos sus miembros sean igualmente amados por un jefe.
Ahora bien, no habremos de olvidar que la
reivindicación, de igualdad formulada por la masa, se refiere tan sólo a los
individuos que la constituyen, no al jefe.
Todos los individuos quieren ser iguales, pero
bajo el dominio de un caudillo.
Más que un «animal gregario», es el hombre un
«animal de horda», esto es, un elemento constitutivo de una horda conducido por
un jefe.
Ahora bien, las masas humanas nos muestran
nuevamente el cuadro, ya conocido, del individuo dotado de un poder
extraordinario y dominando a la multitud de individuos iguales entre sí, cuadro
que corresponde exactamente a nuestra representación de la horda primitiva.
La psicología de dichas masas, según nos es
conocida por las descripciones repetidamente mencionadas —la desaparición de la
personalidad individual consciente, la orientación de los pensamientos y los
sentimientos en un mismo sentido, el predominio de la afectividad y de la vida
psíquica inconsciente, la tendencia a la realización inmediata de las
intenciones que puedan surgir—, toda esta psicología, repetimos, corresponde a
un estado de regresión a una actividad anímica primitiva, tal y como la
atribuiríamos a la horda prehistórica.
La masa se nos muestra, pues, como una
resurrección de la horda primitiva. Así como el hombre primitivo sobrevive
virtualmente en cada individuo, también toda masa humana puede reconstituir la
horda primitiva.
La psicología individual tiene, en efecto, que ser
por lo menos tan antigua como la psicología colectiva, pues desde un principio
debió de haber dos psicologías: la de los individuos componentes de la masa y
la del padre, jefe o caudillo.
Los individuos componentes de una masa precisan
todavía actualmente de la ilusión de que el jefe les ama a todos con un amor
justo y equitativo, mientras que el jefe mismo no necesita amar a nadie, puede
erigirse en dueño y señor, y aunque absolutamente narcisista, se halla seguro
de sí mismo y goza de completa independencia.
El padre de la horda primitiva no era aún inmortal
como luego ha llegado a serlo por divinización.
Ya hemos visto que el Ejército y la Iglesia
reposan en la ilusión de que el jefe ama por igual a todos los individuos. Pero
esto no es sino la transformación idealista de las condiciones de la horda
primitiva, en la que todos los hijos se saben igualmente perseguidos por el
padre, que les inspira a todos el mismo temor.
El caudillo es aún el temido padre primitivo. La
masa quiere siempre ser dominada por un poder ilimitado. Ávida de autoridad,
tiene, una inagotable sed de sometimiento.
Cada individuo forma parte de varias masas, se
halla ligado, por identificación, en muy diversos sentidos, y ha construido su
ideal del Yo conforme a los más diferentes modelos.
Participa así, de muchas almas colectivas, las de su raza, su clase social, su comunidad confesional, su estado, etcétera, y puede, además, elevarse hasta un cierto grado de originalidad e independencia.
Participa así, de muchas almas colectivas, las de su raza, su clase social, su comunidad confesional, su estado, etcétera, y puede, además, elevarse hasta un cierto grado de originalidad e independencia.
Los elementos de su brillante característica del
alma colectiva, y precisamente en estas multitudes ruidosas y efímeras,
superpuestas, por decirlo así, a las otras, es en las que se observa el milagro
de la desaparición completa, aunque pasajera, de toda particularidad
individual.
El individuo renuncia a su ideal del Yo,
trocándolo por el ideal de la masa, encarnado en el caudillo.
Podemos admitir perfectamente, que la separación
operada entre el Yo y el ideal del Yo, no puede tampoco ser soportada durante
mucho tiempo y ha de experimentar, de cuando en cuando, una regresión. A pesar
de todas las privaciones y restricciones impuestas al Yo, la violación
periódica de las prohibiciones constituye la regla general, como nos lo
demuestra la institución de las fiestas, que al principio no fueron sino
períodos durante los cuales quedaban permitidos por la ley todos los excesos,
circunstancias que explica su característica alegría.
Las saturnales de los romanos y nuestro moderno carnaval coinciden en este rasgo esencial con las fiestas de los primitivos, durante las cuales se entregan los individuos a orgías en las que violan los mandamientos más sagrados.
Las saturnales de los romanos y nuestro moderno carnaval coinciden en este rasgo esencial con las fiestas de los primitivos, durante las cuales se entregan los individuos a orgías en las que violan los mandamientos más sagrados.
El ideal del Yo engloba la suma de todas las
restricciones a las que el Yo debe plegarse, y de este modo, el retorno del
ideal al Yo tiene que constituir para éste, que encuentra de nuevo el contento
de sí mismo, una magnífica fiesta.
La coincidencia del yo con el ideal del yo produce
siempre una sensación de triunfo.
La distinción entre la identificación del Yo y la
sustitución del ideal del Yo por el objeto, halla una interesantísima
ilustración en las dos grandes masas artificiales que antes hemos estudiado: el
Ejército y la Iglesia cristiana.
Es evidente que el soldado convierte a su
superior, o sea, en último análisis, al jefe del Ejército, en su ideal,
mientras que, por otro lado, se identifica con sus iguales y deduce de esta
comunidad del Yo las obligaciones de la camaradería, o sea el auxilio recíproco
y la comunidad de bienes.
Pero si intenta identificarse con el jefe, no conseguirá sino ponerse en ridículo.
Pero si intenta identificarse con el jefe, no conseguirá sino ponerse en ridículo.
«¡Wie er rauspert und wie er spuckt, Das habt ihr
ihm glücklich abgeguckt!».
¡Hasta cómo él se limpia la garganta y como él
escupe, lo copiaste de él felizmente!
No sucede lo mismo en la Iglesia Católica. Cada
cristiano ama a Cristo como su ideal y se halla ligado por identificación a los
demás cristianos.
Pero la Iglesia exige más de él.
Ha de identificarse con Cristo y amar a los demás
cristianos como Cristo hubo de amarlos.
La Iglesia exige, pues, que la disposición
libidinosa creada por la formación colectiva sea completada en dos sentidos.
La identificación debe acumularse a la elección de
objeto y el amor a la identificación.
Este doble complemento sobrepasa evidentemente la
constitución de la masa.
Se puede ser un buen cristiano sin haber tenido
jamás la idea de situarse en el lugar de Cristo y extender, como él, su amor a
todos los humanos.
El hombre, débil criatura, no puede pretender
elevarse a la grandeza de alma y a la capacidad de amor de Cristo.
Pero este desarrollo de la distribución de la
libido en la masa, es probablemente el factor en el cual funda el cristianismo
su pretensión de haber conseguido una moral superior.
...Hay mucho más para leer...
y meditar...
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