lunes, 10 de septiembre de 2012

EL HOMBRE, ÚNICO ANIMAL QUE TRABAJA




 Algunos pensamientos de Lin Yutang
 



EL HOMBRE, ÚNICO ANIMAL QUE TRABAJA

El festín de la vida está, pues, ante nosotros, y la única cuestión es el apetito que tendremos para comerlo.

Lo que importa es el apetito, no el festín.

Al fin y al cabo, lo más sorprendente que hay en el hombre es su ideal del trabajo, y la cantidad de trabajo que se impone a sí mismo, o que le ha impuesto la civilización.

Toda la naturaleza se dedica a la holganza, y sólo el hombre trabaja por su sustento.

Trabaja porque tiene que hacerlo, porque con el progreso de la civilización, la vida se hace más compleja, con deberes, responsabilidades, temores, inhibiciones y ambiciones, no nacidas de la naturaleza, sino de la sociedad humana.

Mientras estoy aquí sentado ante mi escritorio, una paloma vuela en torno al campanario de una iglesia, frente a mi ventana, sin preocuparse por lo que va a tener para el almuerzo.

Sé que mi almuerzo es cosa más complicada que el de la paloma, y que los pocos artículos alimenticios que tomo afectan a miles de personas en su trabajo y un complicado sistema de cultivo, venta, transporte, entrega y preparación.

Por eso es que cuesta más al hombre que a los animales conseguir comida.

Si una bestia de la selva quedara suelta en una ciudad y obtuviera cierta comprensión del significado de la atareada vida humana, sentiría mucho escepticismo y asombro acerca de esta sociedad humana.

El primer pensamiento que tendría esa bestia de la selva sería el de que el hombre es el único animal que trabaja.

De modo, pues, que tenemos a esta laboriosa humanidad, sola, enjaulada y domesticada, pero no alimentada, porque —por la fuerza de esta civilización y de la compleja sociedad— está en la obligación de trabajar y de preocuparse por el problema de su sustento.

La humanidad tiene sus ventajas, bien lo sé: los placeres del conocimiento, los deleites de la conversación y las alegrías de la imaginación como, por ejemplo, presenciar una obra de teatro.

Pero sigue en pie el hecho esencial de que la vida humana se ha complicado en demasía, y la cuestión de alimentarnos, directa o indirectamente, ocupa mucho más del noventa por ciento de nuestras actividades humanas. 

La civilización es sobre todo el problema de obtener comida, y el progreso es ese camino que hace cada vez más difícil obtener la comida. 

Si no hubiera sido tan difícil para el hombre obtener su comida, no habría habido razón alguna para que la humanidad trabajara tanto.

El peligro es que nos civilicemos en exceso y lleguemos al punto, como hemos llegado ya en verdad, de que obtener la comida sea tan penoso que perdamos el apetito en el proceso de conseguirla.

Esto parece no tener mucho sentido, desde el punto de vista de la bestia de la selva lo mismo que del filósofo.

Cada vez que veo el horizonte de una ciudad o miro a los techos, me asusto.

Una extensión de azoteas de asfalto y ladrillos que suben en contornos cuadrados, agudos, verticales, sin forma ni orden, rociados por algunas chimeneas sucias, descoloridas, unas pocas cuerdas con ropa lavada, y líneas entrecruzadas de antenas radiotelefónicas. Y al mirar hacia abajo, a una calle, veo otra vez una extensión de paredes grises, o de rojos ladrillos descoloridos, con ventanas pequeñas, y oscuras, uniformes, en filas iguales, a medias abiertas y a medias ocultas por cortinas, y quizá en un alféizar una botella de leche, y unas pocas macetas con enfermizas florecillas en otras.

Y la humanidad vive aquí.

¿Cómo vive cada familia detrás de una o dos de esas sombrías ventanas?

¿En qué trabajan para vivir?

Es pasmoso. Detrás de cada dos o tres ventanas, una pareja va a la cama noche a noche, como las palomas que vuelven al palomar; despiertan y toman el café matinal, y el marido sale a la calle, a buscar pan para la familia, mientras la esposa trata persistente, desesperadamente, de barrer el polvo y mantener limpio su lugarcito.

Después la noche, están muertos de cansancio y otra vez van a dormir.

¡Y así viven!

Hay otras gentes, más acomodadas, que viven en mejores departamentos.

¡Alquilar un departamento de siete habitaciones, y no hablemos de poseerlo, se considera un lujo! 

Pero no implica más felicidad, Menos preocupación financiera y no tantas deudas en que pensar, es cierto.

Pero, también, más complicaciones emocionales, más divorcios, más maridos-gatos que no vuelven a casa de noche, y más parejas que van a merodear juntas de noche, buscando alguna forma de disipación.

La palabra es diversión.

Por consiguiente, más neurastenia, más aspirina, más enfermedades costosas, más colitis, apendicitís y dispepsia, más cerebros ablandados y más hígados endurecidos, más duodenos ulcerados e intestinos lacerados, estómagos sobrecargados y ríñones excedidos, vejigas inflamadas y bazos maltratados, corazones dilatados y nervios destruidos, más pechos hundidos y alta presión arterial, más diabetes, enfermedades raras, paludismo, insomnio, arteriesclerosis, hemorroides, fístulas, disentería crónica, constipación crónica, pérdida del apetito y cansancio de la vida.

Para hacer perfecto el cuadro, más perros y menos niños. 

La cuestión de la felicidad depende enteramente de la cualidad y temperamento de los hombres y mujeres que viven en estos elegantes departamentos.

Algunos tienen, por cierto, una linda vida; otros no.

Pero, en conjunto, quizá sean menos felices que la gente trabajadora; tienen más ennui(*) y más tedio.

Pero poseen un automóvil y quizá una casa de campo.

Y al dar un paseo por la ciudad vemos que detrás de la avenida principal, con salones de belleza y florerías y agencias de navegación hay otra calle con droguerías, almacenes, tiendas de ropa, ferreterías, peluquerías, lavaderos, restaurantes baratos, puestos de diareros.

Atribulamos durante una hora, y si estamos en una ciudad grande, no hemos salido de ella; sólo se ven más calles, más droguerías, almacenes, tiendas de ropa, ferreterías, peluquerías, lavaderos, restaurantes baratos y puestos de diareros.

¿Cómo se gana la vida esa gente?

¿Por qué ha venido aquí?

Muy sencillo.

Los lavaderos lavan la ropa de los peluqueros y mozos de restaurante, los mozos de restaurante atienden a los peluqueros y a los empleados del lavadero mientras comen, y los peluqueros cortan el cabello a los lavanderos y camareros.

Esto es la civilización.

¿No es asombroso?

Apostaría a que algunos de los lavanderos, peluqueros y camareros jamás se aventuran diez cuadras más allá del lugar donde trabajan la vida entera.

¡Oh, sabia humanidad, terriblemente sabia humanidad!

A ti te canto.

¡Cuán inescrutable es la civilización en que los hombres laboran y trabajan y se preocupan hasta encanecer, por conseguir el sustento, y se olvidan de jugar!

(*) La palabra Ennui existe en el idioma francés y su significado más directo es aburrimiento, aunque es usada también en la filosofía y la psicología, con significados como depresión o aburrimiento crónico, es decir como un estado permanente más que sólo un aburrimiento pasajero. Podemos observar al Ennui como un elemento que incapacita al individuo para la acción, más allá y diferenciándolo del aburrimiento, en el aspecto de que el "ennui" tiene un trasfondo metafisico(**), mientras que el simple aburrimiento no lo tiene.

(**) La metafísica es una rama de la filosofía que se encarga de estudiar la naturaleza, estructura, componentes y principios fundamentales de la realidad. Razonamiento profundo sobre cualquier materia.





Po  Yüchien


Po Yüchien fue un escritor chino antiguo que entendió adecuadamente el significado del ocio. 





Algo de Po Yüchien




Encontramos un ejemplo muy singular del elogio de la ociosidad en la inscripción que otro poeta, Po Yüchien, escribió para su estudio, al que llamaba El salón del ocio:

Soy demasiado perezoso para leer los clásicos taoístas, porque Tao no reside en los libros.

Demasiado perezoso para recorrer las Sutras (*), porque no ahondan más en Tao de lo que parecen.

La esencia de Tao consiste en un vacío, claro y fresco.

Pero, ¿qué es este vacío salvo ser todo el día como un loco?

Demasiado perezoso soy para leer poesía porque, cuando ceso, la poesía se ha marchado;

Demasiado perezoso para tocar el chin porque la música muere en la cuerda donde nace;

Demasiado perezoso para beber vino porque allende el sueño del ebrio hay tíos y lagos;

 Demasiado perezoso para jugar ajedrez porque además de peones se pierden y ganan otras cosas;

Demasiado perezoso para mirar colinas y arroyos porque hay una pintura dentro del portal de mi corazón;

Demasiado perezoso para afrontar el viento y la luna porque dentro de mí está la Isla de los Inmortales;

Demasiado perezoso para atender asuntos terrenos porque dentro de mí están mi choza y mis posesiones;

Demasiado perezoso para contemplar el cambio de las estaciones porque dentro de mí hay cortejos celestiales.

Han de secarse los pinos y podrirse las rocas; 

Pero yo seré siempre lo que soy.

¿No es propio que llame a esto el Salón del Ocio?

(*) Los sutras o suttas son mayoritariamente discursos dados por Buda o alguno de sus discípulos más próximos. Si bien se asocian principalmente al budismo, puede ser utilizada para designar escritos de otras tradiciones orientales, como el hinduismo.




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