Poldy
Bird
Nació
en Paraná, provincia de Entre Ríos, lleva el mismo nombre de su madre.
Su padre
fue Enrique Bird Mosconi (sobrino del General Mosconi).
Cuando
tenía 45 días de edad su familia se mudó a Buenos Aires.
A
los 16 años publicó un poema en el diario La Prensa, y luego también en
revistas como Maribel o Vosotras.
Se
dedicó al los géneros de cuento y poesía.
Llegó
a ser directora de la revista Vosotras hasta 1975 y funda entonces la editorial
Orión, la cual cierra en el año 2001 debido a la crisis económica.
En
la actualidad continúa escribiendo libros y colaboraciones en varios medios
gráficos.
UN
AGUJERO EN EL ZAPATO
Queríamos
tan poco... una piecita más, una ventana al sol, un poco más de luz...
En
el fondo, la encargada criaba gallinas.
Al
principio nos sobresaltaba el gallo de la madrugada, después nos acostumbramos.
María
quedó encinta en seguida; no era lo mejor que nos podía ocurrir, pero ya que
Dios lo mandaba, recibimos al chico con el corazón alborozado y lo llamamos
Diego, como yo, Dieguito.
Para
colmo cerraron el taller y todos quedamos sin trabajo.
Tuve
que ponerme a buscar como desesperado y agarrar una changa en una fábrica.
Me
dije: malos tiempos, ya mejorarán...
Pero
no mejoraron.
María
se enfermó después del parto y pasaron varios meses hasta que se recuperó, pero
no del todo.
A
nuestro modo tratamos de ser felices.
No
pedíamos nada, así que cuando teníamos algo, nos parecía una maravilla.
Era
una manera de llevarle ventaja a la desesperanza.
Dieguito
caminó al año.
Era
haragán para hablar, pero un buen día se le desató la lengua y nos llamó papá y
mamá hasta hacernos llorar.
Para
nosotros que somos tan pobres, tener a Dieguito es ser un poco ricos.
Cuando
María intentó volver a los dobladillos, allá, en la casa de modas, habían
tomado otra.
Entonces
se puso a lavar ropa en las casas del barrio, pero los riñones dijeron no y por
más que quiso ganarles la partida, tuvo que abandonar y darse por vencida.
Por
eso quiero vivir.
Ellos
me necesitan.
El
año pasado nació la nena.
Marí
estuvo mal y tuve que dejarla un mes en el hospital.
Dieguito
con la abuela.
Yo
corriendo de un lado a otro, viendo qué podía hacer para ganar un peso más.
Cuando
María mejoró me la traje a las dos a casa y, en medio de todo, nuestra casa me
pareció un palacio.
Éramos
cuatro, dentro de su pobreza, para querernos.
Dieguito
tiene seis años, la nena uno.
La
encargada sacó las gallinas del fondo para que los chicos pudieran jugar allí.
Papá
yo quiero un revólver.
Papá
yo quiero pinturitas.
El
pibe va a primer grado.
Papá
yo quiero, yo quiero, yo quiero...
Quiere
muchas cosas.
A
mí se me hace un nudo en la garganta cada vez que lo oigo.
Le
acaricio el pelo, lo beso, lo aprieto contra mi pecho.
Dicen
que eso basta, que a los chicos hay que darles amor y con eso todo se suple.
Pero
no basta.
Hay
que ver los zapatos quietos, los zapatos solitarios de las noches de Reyes, y
la mano hurgando en los bolsillos para encontrar el peso que compre la sonrisa.
Un
peso que sólo compra una desilusión.
—Los
Reyes nunca me traen lo que les pido...! La bicicleta se la pusieron al chico
de la otra cuadra ! Y uno se traga las lágrimas.
Y
uno alza los ojos y pide cosas.
Y
reza.
Y
se olvida de rezar.
Y
vuelve a inaugurar el padrenuestro...
Y
uno se olvida de las palabras de amor para María...
Y
un día se siente mal, va al médico del hospital, el médico lo revisa a uno, le
hace sacar radiografías, le hace hacer análisis... y le dice que no es nada,
con una cara grave.
Y
uno, que tiene miedo —no por uno sino por todos eso que puede ocurrir si uno
llegara a faltar— agarra las radiografías y los resultados de los análisis y le
dice al médico de la fábrica :
—Esto
es del padre de mi mujer...¿se puede hacer algo por él?
Y
el médico de la fábrica mira, lee, piensa, frunce el ceño, mueve la cabeza de izquierda
a derecha, de derecha a izquierda y murmura :
—Tiene
para un mes… a lo sumo, dos.
Un
mes.
Que
se ha pasado pronto.
Dieguito
me ha mostrado su zapato muchas veces :
—Mirá,
tiene un agujero.
Y uno quiere vivir.
Por
María, con las manos cortajeadas y rojas de fregar.
Por
Susana, la nena chiquita que camina sosteniéndose en las paredes llenas de
manchas de humedad y pintura florecida.
Por
dieguito y su comprame y su zapato roto.
Uno
quiere vivir y estira las manos buscando ese poco de aire que lo sostenga.
Pero
se encuentra con el jornal que no alcanza para el hambre de cuatro, para el
frío de cuatro.
Se
encuentra con las rajaduras del techo, el cartón donde se rompió el vidrio de
la ventana, el canto de María en la cocina.
¿Cómo
se le dice a la mujer? :
—María
te voy a dejar sola con los chicos y toda la pobreza sobre los hombros —¿Cómo
se le dice?
Un
mes y nueve días.
Algo
me oprime el pecho.
Y
no son solamente las ganas de llorar ni la lluvia de afuera ni los hipos
quejosos de Susana.
María.
Quiero
llamarla.
Decirle
una palabra para que se la guarde siempre.
Una
palabra linda.
Algo
que la haga sonreír.
María.
Nunca
un vestido nuevo.
Nunca
un cine.
Nunca
un peinado en la peluquería.
María...
Pero
la voz no sale.
La
voz se encoge en la garganta como un pichón con frío.
—Papá...
Dieguito
se me acerca.
Tiene
barro en la cara y el pelo húmedo y desparejo sobre la frente nueva.
Levanta
su pie.
Su
pie de seis años.
—Mirá...
tengo un agujero en el zapato...
Quiero
decirle algo a él también.
Algo
sobre su zapato.
Su
fiel zapato que no lo ha abandonado.
Algo sobre el ruido de las gotas que caen
en el balde colocado debajo de la gotera más grande.
Yo
hubiera querido hacer algo por su zapato.
La
cabeza se me va vaciando, ante mis ojos todo se nubla, se aquieta, se acerca...
se acerca... se aleja, se acerca, se aleja, se aleja, se aleja.
Creo
que estoy muriéndome, y siento la mano de Dieguito tironeándome de la camisa, y
su pequeña voz desalentada:
—Papá...
pero papá...
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