lunes, 25 de marzo de 2013

TRES COCINEROS Y UN HUEVO FRITO - Macedonio Fernández


 Macedonio Fernández











Macedonio Fernández nació en Buenos Aires en 1874, falleció también en Buenos Aires en 1952, fue un escritor argentino, autor de novelas, cuentos, poemas, artículos periodísticos, ensayos filosóficos y textos de naturaleza inclasificable.

Hijo de Macedonio Fernández, estanciero y militar, y de Rosa del Mazo Aguilar Ramos.

Compañero y amigo íntimo de Jorge Guillermo Borges (padre de Jorge Luis Borges), comparten el interés por el estudio de la psicología de Herbert Spencer y por la filosofía de Arthur Schopenhauer.

Publica en La Montaña, diario socialista dirigido por Leopoldo Lugones y José Ingenieros. 

En 1898 a los 24 años recibe su diploma de abogado.

Al año siguiente se casa con Elena de Obieta, con quien tendrá cuatro hijos.

En 1910 obtiene el cargo de Fiscal en el Juzgado Letrado de la ciudad de Posadas, en la provincia de Misiones, que desempeña durante algunos años.

Macedonio era abogado, pero no ejerció durante mucho tiempo. 

Fue fiscal y juez subrogante en Posadas desde 1908 hasta 1912.

Macedonio como un magistrado honesto, que fue alejado de su cargo por negarse a convalidar una injusticia.

Este asunto culminó con la expulsión de Macedonio de su cargo lo muestran como un magistrado honesto, apartado por sus superiores cuando, con tranquila dignidad, se negó a convalidar una injusticia.

Este caso merece tratarse en otro momento y más en profundidad.

Luego de la muerte de su mujer, en 1920, a los 46 años Macedonio se aparta de su círculo de amigos, abandona definitivamente su profesión, vive en distintas pensiones o casas de amigos; sufre distintos tipos de enfermedades, que trata de curar él mismo.

Al enviudar sus hijos quedan al cuidado de abuelos y tías. 

Era un tipo terriblemente friolento, duerme vestido: “Morir es sacarse el sobretodo”, escribió una vez Macedonio.

Cuando Jorge Luis Borges vuelve de Europa en 1921 redescubre a Macedonio, con quien comienza una prolongada amistad. 

Borges, hacia 1960, dicta —ya ciego— un breve y sustancioso prólogo para una antología de Macedonio, allí nos dice que ninguna persona lo impresionó tanto como él. 

Fue un hombre que no se cansaba de ocultar, antes que mostrar, su inteligencia proverbial. 

Macedonio prefería el tono de consulta modesta antes que el dictamen pontificador. 

Su tono habitual era el del ánimo perplejo. 

Lo caracterizaba la veneración de Cervantes, una cierta divinidad, para él.

Detestaba todo aparato erudito, que entendía como una manera de eludir el pensamiento personal. 

De esta manera su actividad mental era incesante. 

Vivía desinteresado de las críticas ajenas, de confirmaciones o refutaciones exteriores. 

Con desparpajo y no cuestionada generosidad, atribuía su propia inteligencia a todos los hombres. 

Poseía la veneración supersticiosa de todo lo argentino. 

Y ejecutaba, en grado eminente, el arte de la soledad, y de la inacción. 

Sin hacer absolutamente nada, era capaz de permanecer solo, durante horas.

Pensar —no escribir— era su devota tarea.

Aunque también solía, en la soledad de su pieza, o en la turbulencia de un café, abarrotar cuartillas en caligrafía minuciosa. 

Empero, no le asignaba valor a su palabra escrita.

Dos temores lo atravesaban: el del dolor y el de la muerte.

Borges conjeturaba que para eludir este último postuló la metafísica inexistencia del yo. 

En lo que concierne a la literatura, le importaba menos que el pensamiento y la publicación le era más indiferente que la literatura.

Así, su vocación fundamental era la contemplativa y la persecución del desciframiento del misterio filosófico del universo.

Vivió en muchos cuartos de hoteluchos y en humildes piezas de pensión, lugares estos donde siempre dejaba olvidada algunas pertenencias y muchos de sus escritos. 

A causa de esta manera de ser de Macedonio la mayoría de sus escritos se han perdido, nunca le dio importancia a lo que escribía.

Cambiaba de domicilio frecuentemente.

En 1947, Macedonio se instala en la casa de su hijo Adolfo, donde residirá hasta su muerte, ocurrida a los años 78 de edad.

EL CHISTE EN MACEDONIO

El accidente de haber sido nombrado fiscal lo llevó a concebir la justicia irónicamente: se sabe que Macedonio prefería absolver los crímenes pasionales; sus argumentos hacían reír.

¿Su candidatura a presidente de la república fue un chiste? 

Probablemente, ya que estuvo concebida como tal: 

Macedonio decía que muchas personas estaban decididas a abrir un kiosco, pero muy pocas lo estaban a ser presidente de la república, entonces era más fácil ser presidente que abrir un kiosco.

La campaña presidencial pretendía modificar ciertos “puntos sensibles” de la realidad a través de la fabricación de objetos extraños: cucharas de papel, las cuales se fundían al utilizarlas; escaleras con escalones de diferentes alturas; objetos de pesos anormales (lapiceras muy pesadas, armarios muy livianos), etcétera.

La población, presa del pánico, encontraría como única solución: Macedonio presidente.

El chiste en Macedonio es irónico ya que trata de romper con el contexto, con toda continuidad que mantenga la “identificación significante”.

Vuelve ilusoria la realidad a través de la realidad; su personaje “El Idiota de Buenos Aires” advierte al mundo sobre los hechos “reales”: un día de lluvia, corre detrás de las personas para avisarles que sus paraguas se están mojando.

En fin, este Macedonio era todo un personaje pintoresco digno de comentarse.




TRES COCINEROS 
Y UN HUEVO FRITO

Hay tres cocineros en un hotel; el primero llama al segundo y le dice:

—Atiéndeme ese huevo frito; debe ser así: no muy pasado, regular sal, sin vinagre.



Pero a este segundo viene su mujer a decir que le han robado la cartera, por lo que se dirige al tercero: 

—Por favor, atiéndeme este huevo frito que me encargó Nicolás y deber ser así y así —y parte a ver cómo le habían robado a su mujer.



Como el primer cocinero no llega, el huevo está hecho y no se sabe a quién servirlo; se le encarga entonces al mensajero llevarlo al mozo que lo pidió, previa averiguación del caso; pero el mozo no aparece y el huevo en tanto se enfría y marchita. 



Después de molestar con preguntas a todos los clientes del hotel se da con el que había pedido el huevo frito.

El cliente mira detenidamente, saborea, compara con sus recuerdos y dice que en su vida ha comido un huevo frito más delicioso, más perfectamente hecho. 



Como el gran jefe de fiscalización de los procedimientos culinarios llega a saber todo lo que había pasado y conoce los encomios, resuelve: cambiar el nombre del hotel (pues el cliente se había retirado haciéndole gran propaganda) llamándolo Hotel de los 3 Cocineros y 1 Huevo Frito, y estatuye en las reglas culinarias que todo huevo frito debe ser en una tercera parte trabajado por un diferente cocinero.




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