Elsa Bornemann
UN CUENTO DE ELSA BORNEMANN, CENSURADO
CASO GASPAR
Aburrido de recorrer la ciudad con su valija a cuestas para vender —por lo menos— doce manteles diarios, harto de gastar suelas, cansado de usar los pies, Gaspar decidió caminar sobre las manos.
Desde ese momento, todos los feriados del mes se los pasó
encerrado en el altillo de su casa, practicando posturas frente al espejo.
Al principio, le
costó bastante esfuerzo mantenerse en equilibrio con las piernas para arriba,
pero al cabo de reiteradas pruebas el buen muchacho logró marchar del revés con
asombrosa habilidad.
Una vez conseguido esto, dedicó todo su empeño para
desplazarse sosteniendo la valija con cualquiera de sus pies descalzos.
Pronto pudo hacerlo y su destreza lo alentó.
—¡Desde hoy, basta de zapatos! ¡Saldré a vender mis manteles
caminando sobre las manos! —exclamó Gaspar una mañana, mientras desayunaba. Y
—dicho y hecho— se dispuso a iniciar esa jornada de trabajo andando sobre las
manos.
Su vecina barría la vereda cuando lo vio salir.
Gaspar la saludó al pasar, quitándose caballerosamente la
galera:
—Buenos días, doña Ramona. ¿Qué tal los canarios?
Pero como la señora permaneció boquiabierta, el muchacho
volvió a colocarse la galera y dobló la esquina.
Para no fatigarse, colgaba un rato de su pie izquierdo y
otro del derecho la valija con los manteles, mientras hacía complicadas
contorsiones a fin de alcanzar los timbres de las casas sin ponerse de pie.
Lamentablemente, a pesar de su entusiasmo, esa mañana no
vendió ni siquiera un mantel.
¡Ninguna persona confiaba en ese vendedor
domiciliario que se presentaba caminando sobre las manos!
—Me rechazan porque soy el primero que se atreve a cambiar
la costumbre de marchar sobre las piernas... Si supieran qué distinto se ve el
mundo de esta manera, me imitarían...Paciencia... Ya impondré la moda de
caminar sobre las manos... —pensó Gaspar, y se aprestó a cruzar una amplia
avenida.
Nunca lo hubiera hecho: ya era el mediodía... los autos
circulaban casi pegados unos contra otros. Cientos de personas transitaban
apuradas de aquí para allá.
—¡Cuidado! ¡Un loco suelto! —gritaron a coro al ver a
Gaspar. El muchacho las escuchó divertido y siguió atravesando la avenida sobre
sus manos, lo más campante.
—¿Loco yo? Bah, opiniones...
Pero la gente se aglomeró de inmediato a su alrededor y los
vehículos lo aturdieron con sus bocinazos, tratando de deshacer el atascamiento
que había provocado con su singular manera de caminar.
En un instante, tres vigilantes lo rodearon.
—Está detenido —aseguró uno de ellos, tomándolo de las
rodillas, mientras los otros dos se comunicaban por radioteléfono con el
Departamento Central de Policía.
¡Pobre Gaspar!
Un
camión celular lo condujo a la comisaría más próxima, y allí fue interrogado
por innumerables policías:
—¿Por qué camina con las manos? ¡Es muy sospechoso! ¿Qué
oculta en esos guantes? ¡Confiese! ¡Hable!
Ese día, los ladrones de la ciudad asaltaron los bancos con
absoluta tranquilidad: toda la policía estaba ocupadísima con el "Caso Gaspar—sujeto
sospechoso que marcha sobre las manos".
A pesar de que no sabía qué hacer para salir de esa difícil
situación, el muchacho mantenía la calma y —¡sorprendente!— continuaba haciendo
equilibrio sobre sus manos ante la furiosa mirada de tantos vigilantes.
Finalmente se le
ocurrió preguntar:
—¿Está prohibido caminar sobre las manos?
El jefe de policía tragó saliva y le repitió la pregunta al
comisario número 1, el comisario número 1 se la transmitió al número 2, el
número 2 al número 3, el número 3 al número 4...
En un momento, todo el Departamento Central de Policía se
preguntaba:
¿ESTÁ PROHIBIDO CAMINAR SOBRE LAS MANOS?
Y por más que buscaron en pilas de libros durante varias
horas, esa prohibición no apareció.
No, señor. ¡No existía ninguna ley que prohibiera marchar
sobre las manos ni tampoco otra que obligara a usar exclusivamente los pies!
Así fue como Gaspar recobró la libertad de hacer lo que se
le antojara, siempre que no molestara a los demás con su conducta.
Radiante, volvió a salir a la calle andando sobre las manos.
Y por la calle debe
encontrarse en este momento, con sus guantes, su galera y su valija, ofreciendo
manteles a domicilio...
¡Y caminando sobre las manos!
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