Jorge Luis Borges
Antes de leer este cuento "La casa de Asterión" de
Jorge Luis Borges, es imprescindible leer algunos conceptos básicos y
mínimos sobre el significado de ciertas palabras y de mitología.
Yo El Blogger.
La palabra misantropía proviene del griego "miso":
"yo odio", y "anthropos": "hombre, ser
humano".
Es una actitud social y psicológica caracterizada por la aversión general hacia el género humano.
Su antónimo es la filantropía: amor al ente humano.
No implica desagrado por personas concretas, sino animadversión por los rasgos compartidos por toda la humanidad.
Puede ser ligera o marcada, así como de características muy diferentes: desde lo inofensivo, la crítica social, hasta la destrucción o la autodestrucción.
Rechazo, aversión al trato con los demás.
Un misántropo es, por tanto, una persona que muestra antipatía hacia el "hombre" como entidad
humana.
Asterion es el nombre propio que se da en la Biblioteca Mitológica,
de Apolodoro, a la figura mítica del Minotauro, terrible criatura con cabeza de
toro y cuerpo de hombre que nació de la relación zoofílica de Pasífae, esposa
de Minos, con un toro.
Ariadna en griego ‘la más pura’ fue,
en la mitología griega, la hija de Minos y Pasífae, los reyes de Creta que
atacaron Atenas tras la muerte de su hijo Androgeo.
A cambio de la paz, los atenienses
debían enviar siete hombres jóvenes y siete doncellas cada año para alimentar
al Minotauro.
Un año, Teseo, hijo de Egeo, rey de
Atenas, marchó voluntario con los jóvenes para liberar a su pueblo del tributo.
Ariadna se enamoró de Teseo a
primera vista, como otros personajes femeninos que ayudaron a provocar el nuevo
orden, y le ayudó dándole una espada mágica y un ovillo del hilo que estaba
hilando o, según otras fuentes, una corona luminosa para que pudiese hallar el
camino de salida del Laberinto tras matar al Minotauro.
Ariadna huyó entonces con Teseo,
pero según Homero «no pudo lograrla, porque Artemisa la mató en Día, situada en
medio de las olas, por la acusación de Dioniso»
En Hesíodo y la mayoría de las demás
fuentes, Teseo abandonó a Ariadna dejándola dormida en Naxos y Dioniso la
redescubrió y se casó con ella.
Con él fue madre de Enopión, la
personificación del vino, y fue ascendida a los cielos como la constelación
Corona Borealis.
Ariadna permaneció fiel a Dioniso,
pero más tarde Perseo la mató en el campo de batalla de Argos.
En otros mitos Ariadna se ahorcó de
un árbol, como Erígone y la Artemisa ahorcada, un tema mesopotámico.
Sin embargo Dioniso descendió al
Hades y la trajo de vuelta junto con su madre Sémele.
Juntos se unieron entonces a los
dioses del Olimpo.
Algunos investigadores creen, debido
a su asociación con el hilo y los giros, que era una diosa de la tejedura, como
Aracne, y sostienen tal afirmación con el mitema de la ninfa ahorcada.
Ariadna fue especialmente adorada en
Naxos, Delos, Chipre y Atenas.
LA CASA DE ASTERIÓN
Y la reina dio a luz
un hijo que se llamó Asterión.
APOLODORO, Biblioteca,
III
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y
tal vez de locura.
Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son
irrisorias.
Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad
que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los
hombres y también a los animales.
Que entre el que quiera.
No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de
los palacios pero sí la quietud y la soledad.
Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la
tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.)
Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en
la casa.
Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un
prisionero.
¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay
una cerradura?
Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes
de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la
plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta.
Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un
niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido.
La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al
estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras.
Alguno, creo, se ocultó bajo el mar.
No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con
el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único.
No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros
hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la
escritura.
Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi
espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia
entre una letra y otra.
Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo
aprendiera a leer.
A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones.
Semejante al carnero que va a embestir, corro por las
galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado.
Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un
corredor y juego a que me buscan.
Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta
ensangrentarme.
A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos
cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha
cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.)
Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro
Asterión.
Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa.
Con grandes reverencias le digo:
Ahora volvemos a la encrucijada anterior o
Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te
gustaría la canaleta o
Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o
Ya verás cómo el sótano se bifurca.
A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre
la casa.
Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier
lugar es otro lugar.
No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son
catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes.
La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo.
Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y
polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo
de las Hachas y el mar.
Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos.
Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión.
Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa,
pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo
los libere de todo mal.
Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de
piedra y corro alegremente a buscarlos.
La ceremonia dura pocos minutos.
Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos.
Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir
una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos
profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor.
Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi
redentor y al fin se levantará sobre el polvo.
Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo
percibiría sus pasos.
Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos
puertas.
¿Cómo será mi redentor?, me pregunto.
¿Será un toro o un hombre?
¿Será tal vez un toro con cara de hombre?
¿O será como yo?
El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce.
Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
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