miércoles, 29 de mayo de 2013

NIEBLA VOLADORA — Elsa Bornemann




 Elsa Bornemann

 


NIEBLA  VOLADORA

No se atrevía a contárselo a nadie. Ni siquiera a Tina, que la quería tanto. Tampoco a Bimbo, el gato de al lado. ¿Cómo decirles que estaba aprendiendo a volar? Además, ¿qué diría Tina si se enterara? Seguramente exclamaría asombrada:

"¡Mi gata Niebla puede volar!", y entonces... ¡ZACATE!, su mamá llamaría al veterinario y...

¿Y Bimbo? ¿Le creería acaso? No; era tan tonto... Lo único que le importaba era comer y remolonear... Nunca creería que ella era una gata voladora. Imposible. No podía contárselo a nadie.

Así fue como Niebla guardo su secreto.

Una noche de verano voló por primera vez. Un rato antes había escuchado gritar a las estrellas. ¿Las había escuchado realmente? Tal vez no... Estaba tan excitada sin saber por qué... Se acomodó inquieta en las ramas de la parra, donde le gustaba dormir, y miró hacia abajo. De repente, se dejó caer sobre las baldosas del patio, desteñidas por la mansa luz de la luna. Cayó blandamente, con las pata bien estiradas, y la cola ondulando en el vacío.

¡Volar sin alas! ¡Era tan sencillo y hermoso! ¡No se explicaba cómo no lo había hecho antes!

Desde esa vez, Niebla se lanzó a volar cada noche, usando la parra como pista de despegue. Su cuerpito gris se extendía por el aire hasta alcanzar las copas de los árboles de la vereda... el mástil de la escuela de enfrente... la veleta de la fábrica... la torre de la iglesia...

¡Alto! ¡Cada vez más alto! Cada vez más lejos de los sueños de la gente... Cada vez más cerca de los sueños de la luna... ¡Qué lindo era ver todo desde allí arriba! El aire tibio del verano se rompía en serpentinas a su paso. Las calles eran rayitas oscuras con fosforitos encendidos aquí y allá ¡Alto! ¡Cada vez más alto!

Hasta que una noche... el cielo crujió en relámpagos. Las estrellas se pusieron caperuzas negras, y ya no se las vio... una fuerte lluvia se volcó sobre el verano...

Niebla volaba distraída cuando las primeras gotas le mojaron la cola, el lomo, las patas, la cabecita...

Tina se despertó en su habitación, sacudida por los truenos.

—¡Niebla! —se dijo, preocupada —. ¡Niebla está en la parra y va a mojarse! —y salió corriendo hacia el patio.

Justamente en ese instante, su gata planeaba bajo la parra, tratando de aterrizar sobre las baldosas.

Entonces la vio, Tina la vio:

—¡Mi gata vuela! ¡Mi gata vuela! ¡Niebla es voladora! ¡Qué maravilla!

En un momento, papá y mamá estuvieron a su lado:

—Pero, Tina, ¿qué haces bajo la lluvia?

—¡Ay, Tina, siempre imaginando disparates!

—Solamente las aves pueden volar...

—A la cama, nena, te hará daño mojarte...

—Pobrecita mi Tina, sigue creyendo que su gatita volverá... ya te traeremos otra...

Tina no los escuchaba. Se dejó llevar hacia su habitación. Se dejó abrigar en su cama. Se dejó besar... Y apenas sus padres volvieron a dormirse, se levantó y miró a través de la ventana. Entonces, vio pasar a Niebla, volando entre lluvia y noche sobre los árboles, sobre las veletas, sobre los techos de las últimas casas de la cuadra, sobre la torre de la iglesia —con su colita ondulando en el vacío —, hasta que no fue más que un punto en de humo en el horizonte.

¡Alto! ¡Cada vez más alto!

Desde entonces, Tina lleva su sillita de mimbre a la puerta de su casa las noches de verano y allí se sienta. Mira a lo lejos y no habla.

Sus papás dicen que es una nena muy imaginativa y acarician el solcito de su pelo, al pasar a su lado...

Los vecinos opinan que sueña despierta y cuentan que sus ojos claros son dos paisajes de lluvia, aunque las noches sean tibias y luminosas...

Pero yo sé que Tina sólo espera el regreso de su gata, y sé también que Niebla volverá alguna noche, volando sobre los tejados, en busca de esa querida parra que filtra la luna sobre el patio... en busca de esa querida niña...

Mientras tanto, Tina espera y crece.





  
 

 

 

 

 

 

 

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