Elsa Bornemann
NIEBLA VOLADORA
No se atrevía a contárselo a nadie. Ni siquiera a Tina, que
la quería tanto. Tampoco a Bimbo, el gato de al lado. ¿Cómo decirles que estaba
aprendiendo a volar? Además, ¿qué diría Tina si se enterara? Seguramente
exclamaría asombrada:
"¡Mi gata Niebla puede volar!", y entonces...
¡ZACATE!, su mamá llamaría al veterinario y...
¿Y Bimbo? ¿Le creería acaso? No; era tan tonto... Lo único
que le importaba era comer y remolonear... Nunca creería que ella era una gata
voladora. Imposible. No podía contárselo a nadie.
Así fue como Niebla guardo su secreto.
Una noche de verano voló por primera vez. Un rato antes
había escuchado gritar a las estrellas. ¿Las había escuchado realmente? Tal vez
no... Estaba tan excitada sin saber por qué... Se acomodó inquieta en las ramas
de la parra, donde le gustaba dormir, y miró hacia abajo. De repente, se dejó
caer sobre las baldosas del patio, desteñidas por la mansa luz de la luna. Cayó
blandamente, con las pata bien estiradas, y la cola ondulando en el vacío.
¡Volar sin alas! ¡Era tan sencillo y hermoso! ¡No se
explicaba cómo no lo había hecho antes!
Desde esa vez, Niebla se lanzó a volar cada noche, usando la
parra como pista de despegue. Su cuerpito gris se extendía por el aire hasta
alcanzar las copas de los árboles de la vereda... el mástil de la escuela de
enfrente... la veleta de la fábrica... la torre de la iglesia...
¡Alto! ¡Cada vez más alto! Cada vez más lejos de los sueños
de la gente... Cada vez más cerca de los sueños de la luna... ¡Qué lindo era
ver todo desde allí arriba! El aire tibio del verano se rompía en serpentinas a
su paso. Las calles eran rayitas oscuras con fosforitos encendidos aquí y allá
¡Alto! ¡Cada vez más alto!
Hasta que una noche... el cielo crujió en relámpagos. Las
estrellas se pusieron caperuzas negras, y ya no se las vio... una fuerte lluvia
se volcó sobre el verano...
Niebla volaba distraída cuando las primeras gotas le mojaron
la cola, el lomo, las patas, la cabecita...
Tina se despertó en su habitación, sacudida por los truenos.
—¡Niebla! —se dijo, preocupada —. ¡Niebla está en la parra y
va a mojarse! —y salió corriendo hacia el patio.
Justamente en ese instante, su gata planeaba bajo la parra,
tratando de aterrizar sobre las baldosas.
Entonces la vio, Tina la vio:
—¡Mi gata vuela! ¡Mi gata vuela! ¡Niebla es voladora! ¡Qué
maravilla!
En un momento, papá y mamá estuvieron a su lado:
—Pero, Tina, ¿qué haces bajo la lluvia?
—¡Ay, Tina, siempre imaginando disparates!
—Solamente las aves pueden volar...
—A la cama, nena, te hará daño mojarte...
—Pobrecita mi Tina, sigue creyendo que su gatita volverá...
ya te traeremos otra...
Tina no los escuchaba. Se dejó llevar hacia su habitación.
Se dejó abrigar en su cama. Se dejó besar... Y apenas sus padres volvieron a
dormirse, se levantó y miró a través de la ventana. Entonces, vio pasar a
Niebla, volando entre lluvia y noche sobre los árboles, sobre las veletas,
sobre los techos de las últimas casas de la cuadra, sobre la torre de la
iglesia —con su colita ondulando en el vacío —, hasta que no fue más que un
punto en de humo en el horizonte.
¡Alto! ¡Cada vez más alto!
Desde entonces, Tina lleva su sillita de mimbre a la puerta
de su casa las noches de verano y allí se sienta. Mira a lo lejos y no habla.
Sus papás dicen que es una nena muy imaginativa y acarician
el solcito de su pelo, al pasar a su lado...
Los vecinos opinan que sueña despierta y cuentan que sus
ojos claros son dos paisajes de lluvia, aunque las noches sean tibias y
luminosas...
Pero yo sé que Tina sólo espera el regreso de su gata, y sé
también que Niebla volverá alguna noche, volando sobre los tejados, en busca de
esa querida parra que filtra la luna sobre el patio... en busca de esa querida
niña...
Mientras tanto, Tina espera y crece.
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