Julio
Cortázar
PERDIDA
Y RECUPERACIÓN
DEL PELO
Este cuento pertence a "Historias de cronopios y de famas" -1968.
Para
luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines
útiles, mi primo el mayor propugna el procedimiento de sacarse un buen pelo de
la cabeza, hacerle un nudo en el medio, y dejarlo caer suavemente por el
agujero del lavabo.
Si
este pelo se engancha en la rejilla que suele cundir en dichos agujeros,
bastará abrir un poco la canilla para que se pierda de vista.
Sin
malgastar un instante, hay que iniciar la tarea de recuperación del pelo.
La
primera operación se reduce a desmontar el sifón del lavabo para ver si el pelo
se ha enganchado en alguna del las rugosidades del caño.
Si
no se lo encuentra, hay que poner en descubierto el tramo de caño que va del
sifón a la cañería de desagüe principal.
Es
seguro que en esta parte aparecerán muchos pelos, y habrá que contar con la
ayuda del resto de la familia para examinarlos uno a uno en busca del nudo.
Si
no aparece, se planteará el interesante problema de romper la cañería hasta la
planta baja, pero esto significa un esfuerzo mayor, pues durante ocho o diez
años habrá que trabajar en algún ministerio o casa de comercio para reunir el
dinero que permita comprar los cuatro departamentos situados debajo del de mi
primo el mayor, todo ello con la desventaja extraordinaria de que mientras se
trabaja durante esos ocho o diez años no se podrá evitar la penosa sensación de
que el pelo ya no está en la cañería, y que sólo por una remota casualidad
permanece enganchado en alguna saliente herrumbrada del caño.
Llegará
el día en que podamos romper los caños de todos los departamentos, y durante
meses viviremos rodeados de palanganas y otros recipientes llenos de pelos
mojados, así como de asistentes y mendigos a los que pagaremos generosamente
para que lo busquen, separen, clasifiquen y nos traigan los pelos posibles a
fin de alcanzar la deseada certidumbre.
Si
el pelo no aparece, entraremos en una etapa mucho más vaga y complicada, porque
el tramo siguiente nos lleva a las cloacas mayores de la ciudad.
Luego
de comprar un traje especial, aprenderemos a deslizarnos por las alcantarillas
a altas horas de la noche, armados de una linterna poderosa y una máscara de
oxígeno, y exploraremos las galerías menores y mayores, ayudados si es posible
por individuos del hampa con quienes habremos trabado relación y a los que
tendremos que dar gran parte del dinero que de día ganamos en un ministerio o
casa de comercio.
Con
mucha frecuencia tendremos la impresión de haber llegado al término de la
tarea, porque encontraremos (o nos traerán) pelos semejantes al que buscamos;
pero como no se sabe de ningún caso en que un pelo tenga un nudo en el medio
sin intervención de mano humana, acabaremos casi siempre por comprobar que el
nudo en cuestión es un simple engrosamiento del calibre del pelo (aunque
tampoco sabemos de ningún caso parecido) o un depósito de algún silicato u
óxido cualquiera producido por una larga permanencia contra una superficie
húmeda.
Es
probable que avancemos así por diversos tramos de cañerías menores y mayores,
hasta llegar a ese sitio donde ya nadie se decidiría a penetrar: el caño
maestro enfilado en dirección al río, la reunión torrentosa de los detritus en
la que ningún dinero, ninguna barca, ningún soborno nos permitirán continuar la
búsqueda.
Pero
antes de eso, y quizá mucho antes, por ejemplo a pocos centímetros de la boca
del lavabo, a la altura del departamento del segundo piso, o en la primera
cañería subterránea, puede suceder que encontremos el pelo.
Basta
pensar en la alegría que eso nos produciría, en el asombrado cálculo de los
esfuerzos ahorrados por pura buena suerte, para justificar, para escoger, para
exigir prácticamente una tarea semejante, que todo maestro consciente debería
aconsejar a sus alumnos desde la más tierna infancia, en vez de secarles el
alma con la regla de tres compuesta o las tristezas de Cancha Rayada.
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