miércoles, 22 de agosto de 2012

FRANZ KAFKA






FRANZ  KAFKA


Franz Kafka nació en Praga, Austria-Hungría, en 1883, y falleció en Kierling, Austria, en 1924, fue un escritor checo de origen judío que escribió su obra en alemán. 

Su obra está considerada como una de las más influyentes de la literatura universal.

Fue autor de tres novelas, El proceso, El castillo y América (o el Desaparecido), la novela corta La metamorfosis y un gran número de relatos cortos.

América, o El Desaparecido es una novela inconclusa, no la terminó porque Kafka muriera, sino porque sencillamente no se sintió capaz de terminarla.

Solo unas pocas de sus obras fueron publicadas durante su vida. 

La mayor parte, incluyendo trabajos incompletos, fueron publicados por su amigo Max Brod, quien ignoró los deseos del autor de que los manuscritos fueran destruidos.

Su padre, checo era originario de una familia rural judía de carniceros, con frecuentes problemas económicos y su madre de Franz, Julie, perteneciente a la burguesía judeoalemana, era hija de un próspero fabricante de cerveza, y en su  ámbito había profesores universitarios, bohemios y artistas.

El matrimonio se instaló en Praga y pasó a formar parte de la alta sociedad.

Como muchos praguenses en aquella época, Franz Kafka hablaba checo y alemán, en su caso desde la primera infancia, por ser las lenguas maternas de su padre y madre, respectivamente. Posteriormente adquirió conocimientos de francés y cultura francesa.

Durante los últimos años de su adolescencia se hizo miembro de la «Escuela Libre», una institución anticlerical; leía ávidamente a Nietzsche, Darwin y Haeckel, sentía verdadero entusiasmo por el socialismo (especialmente en lo que se refiere al ideal de solidaridad) y el ateísmo.

Finalizó su Bachillerato en 1901.

Obtuvo el doctorado en leyes el 18 de junio de 1906.

Franz temía ser percibido de manera repulsiva tanto física como mentalmente. 

Sin embargo, impresionaba a los demás con su aspecto infantil, pulcro y austero, su conducta tranquila, fría y su gran inteligencia, además de su particular sentido del humor.

Bebía vino, abundante vino, luego cerveza y de nuevo vino, en la orilla del río, con su padre. Él era escuchimizado, de pecho hundido y rasgos demacrados, con las paletillas salidas, el costillar puntiagudo; enfrente de él, su padre en cambio lucía esbelto, rudo, de anchas espaldas, pecho fuerte, complexión sólida, grandes manazas...

La vergüenza proseguía en el exterior, al compararse Franz con quienes lo rodeaban, tan satisfechos de sus cuerpos, avergonzado incluso al medirse anatómicamente con otros hijos de otros padres que disfrutaban del sol y del baño.

Desde 1905 se vio obligado a frecuentar los sanatorios como resultado de su debilidad física.

Entre 1913 y 1917 mantuvo una relación difícil con Felice Bauer, que dio origen a una correspondencia de más de 500 cartas y tarjetas postales. Su falta de reacción ante el manuscrito de La metamorfosis llevó a Kafka a un profundo abatimiento.

Después de esto, Kafka intentó trasladarse a Berlín, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial se lo impidió. No fue movilizado por sus problemas de salud.

Una noche de agosto de 1917 sufrió su primera hemoptisis y luego se confirmó que fue un síntoma tardío de una tuberculosis pulmonar que venía padeciendo solapadamente desde hacía tiempo.

Como consecuencia del empeoramiento de su estado general de salud, pasó gran parte de 1921 y 1922 en distintos sanatorios. 

En la navidad de 1923, Kafka contrajo una neumonía que al final le obligó a regresar a Praga en marzo de 1924, su enfermedad se agravó y falleció en junio.

En sus diarios y cartas se quejaba frecuentemente de insomnio y dolores de cabeza. 

Fue un partidario de la dieta vegetariana y del naturismo.
Se dice que consumía grandes cantidades de leche sin pasteurizar, lo que pudo ser el factor desencadenante de su tuberculosis en 1917.

No hay coincidencia de pareceres entre los profesionales médicos sobre los diversos probables trastornos psicológicos que padecía Kafka.

En sus cuadernos íntimos él hablaba de "demonios", "derrumbamiento", "embates", "desamparo", "persecución", "soledad", "asalto a las últimas fronteras terrenales", "agobiante observación de uno mismo" y muchas otras expresiones más que aluden a un mundo oscuro, desconcertante y desconocido.

Kafka fue un ser atormentado y complejo, pero también a su manera gozó de la vida con una intensidad fuera de lo común.

Kafka sólo publicó algunas historias cortas durante toda su vida, una pequeña parte de su trabajo, por lo que su obra pasó prácticamente inadvertida hasta después de su muerte. 

Poco antes de su muerte, le dijo a su amigo y albacea Max Brod que destruyera todos sus manuscritos. Brod no le hizo caso y supervisó la publicación de la mayor parte de los escritos que obraban en su poder. 

Los escritos de Kafka pronto comenzaron a despertar el interés del público y a obtener alabanzas por parte de la crítica, lo que posibilitó su pronta divulgación.

Su obra marcó la literatura de la segunda mitad del siglo XX. 

En su obra a menudo el protagonista se enfrenta a un mundo complejo, que se basa en reglas desconocidas o incomprensibles.

El adjetivo kafkiano se utiliza precisamente para describir situaciones similares.

En ocasiones usaba el pseudónimo de Yerba Amarga, supuestamente durante los días de mayor hastío o desazón. 

Su proyecto de emigrar a Palestina se vio frustrado en 1917 al padecer los primeros síntomas de tuberculosis, que sería la causante de su muerte.

A pesar de la enfermedad, de la hostilidad manifiesta de su familia hacia su vocación literaria, de sus cinco tentativas matrimoniales frustradas y de su empleo de burócrata en una compañía de seguros de Praga, Franz Kafka se dedicó intensamente a la literatura.

La existencia atribulada y angustiosa de Kafka se refleja en el pesimismo irónico que impregna su obra, que describe, en un estilo que va desde lo fantástico de sus obras juveniles al realismo más estricto, trayectorias de las que no se consigue captar ni el principio ni el fin. 

Sus personajes, designados frecuentemente con una inicial (Joseph K o simplemente K), son zarandeados y amenazados por instancias ocultas.


 

 

 

 

 

 

 

 





ALGUNOS  CUENTOS  DE  KAFKA

 


 

 


El Buitre Negro (o El Zopilote)

 
Un buitre negro estaba mordisqueándome los pies.

Ya había despedazado mis botas y medias, y ahora ya estaba picoteando mis propios pies.

Siempre me lanzaba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego continuaba su macabra obra.

Un caballero, de improviso, pasó cerca, echó un vistazo, y luego me preguntó por qué toleraba yo al buitre.

—Estoy perdido —le dije—. Cuando vino y comenzó a atacarme, yo por supuesto traté de hacer de ahuyentarlo, incluso traté de estrangularlo, pero estos animales son muy fuertes... estuvo a punto de echárseme a la cara, por lo cual preferí sacrificar mis pies, los cuales ahora están casi deshechos.

—No te dejes torturar así —dijo el señor—, con un solo tiro se acaba con el buitre.

—¿Te parece? —pregunté— ¿Me quieres hacer el favor?

—Con mucho gusto —dijo el caballero— sólo tengo que ir a casa por mi pistola. ¿Podrías esperar otra media hora?

—No lo sé —le respondí, y por un instante me quedé rígido a causa del dolor; después añadí —: por favor, has la prueba de todos modos.

—Muy bien —dijo el caballero— trataré de hacerlo lo más pronto que pueda.

Durante la conversación, el buitre había estado tranquilamente escuchando, mirándonos  sucesivamente a mí y al caballero.

Ahora me había dado cuenta que había estado entendiéndolo todo; voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente.

Cuando caí de espaldas, sentí un gran alivio, al comprobar que el buitre irremediable se ahogaba agónico en mi sangre que manaba profusamente inundado completamente todo el interior de mi cuerpo.


 



La partida

Ordené que trajeran mi caballo del establo. 

El sirviente no entendió mis órdenes. 

Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo y lo monté. 

A la distancia escuché el sonido de una trompeta y le pregunté al sirviente qué significaba. 

Él no sabía nada ni escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó:

—¿Adónde va el patrón?

—No lo sé —le dije— simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta.

—¿Así que usted conoce su meta? —preguntó.

—Sí —repliqué— te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta.






¡Renuncia!

Era muy temprano por la mañana, las calles estaban limpias y vacías, yo iba a la estación. 

Al verificar la hora de mi reloj con la del reloj de una torre, vi que era mucho más tarde de lo que yo creía, tenía que darme mucha prisa; el sobresalto que produjo este descubrimiento me hizo perder la tranquilidad, no me orientaba todavía muy bien en aquella ciudad. Felizmente había un policía en las cercanías, fui hacia él y le pregunté, sin aliento, cuál era el camino. Sonrió y dijo:

—¿Por mí quieres conocer el camino?

—Sí –dije—, ya que no puedo hallarlo por mí mismo.

—Renuncia, renuncia —dijo, y se volvió con gran ímpetu, como las gentes que quieren quedarse a solas con su risa.




El paseo repentino

Cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir; cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada; y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente; cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido; cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura. 

Todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va. 




Una confusión cotidiana

Un incidente cotidiano, del que resulta una confusión cotidiana. A tiene que cerrar un negocio con B en H. 

Se traslada a H para una entrevista preliminar, pone diez minutos en ir y diez en volver, y se jacta en su casa de esa velocidad. 

Al otro día vuelve a H, esta vez para cerrar el negocio. Como probablemente eso le exigirá muchas horas, A sale muy temprano. 

Aunque las circunstancias (al menos en opinión de A) son precisamente las de la víspera, tarda diez horas esta vez en llegar a H. 

Llega al atardecer, rendido. 

Le comunican que B, inquieto por su demora, ha partido hace poco para el pueblo de A y que deben haberse cruzado en el camino. 

Le aconsejan que espere. 

A, sin embargo, impaciente por el negocio, se va inmediatamente y vuelve a su casa.

Esta vez, sin poner mayor atención, hace el viaje en un momento. 

En su casa le dicen que B llegó muy temprano, inmediatamente después de la salida de A, y que hasta se cruzó con A en el umbral y quiso recordarle el negocio, pero que A le respondió que no tenía tiempo y que debía salir en seguida.

A pesar de esa incomprensible conducta, B entró en la casa a esperar su vuelta. 

Y ya había preguntado muchas veces si no había regresado aún, pero seguía esperándolo siempre en el cuarto de A. 

Feliz de hablar con B y de explicarle todo lo sucedido, A corre escaleras arriba. 

Casi al llegar tropieza, se tuerce un tendón y a punto de perder el sentido, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, oye a B —tal vez muy lejos ya, tal vez a su lado— que baja la escalera furioso y que se pierde para siempre.






La verdad sobre Sancho Panza

Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.






Una pequeña fábula

¡Ay! —dijo el ratón—. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.

—Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo —dijo el gato... y se lo comió.











 



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